sábado, 15 de diciembre de 2012

URUEÑA, la Villa del Libro: SEGUNDA PARTE




Puerta de la muralla

URUEÑA, la Villa del Libro:

“Silencio, se lee…”



SEGUNDA PARTE



Francisco Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2013.


En la primera parte visitamos y “desciframos” los enclaves próximos a Urueña, la Villa del Libro. Recordemos que dimos la vuelta a las "metáforas de la lectura": de lectores que se sienten "viajeros" curiosos pasamos a ser viajeros "lectores" de sus monumentos, dotados gran mérito histórico y artístico, y de notable encanto. En esta segunda parte transitamos, que ya es hora, por la Villa del Libro, visitamos sus librerías y pequeños museos, y contemplamos la Tierra de Campos desde lo alto de la muralla que construyó nuestra infanta doña Sancha, la hija mayor de la reina Urraca, allá en el remoto siglo XII.




La Urueña histórica se asoma casi intacta a la modernidad desde el túnel del tiempo.

La imagen del castillo que aparece en los antiguos manuales, de cuando se inventó la fotografía, no es muy diferente de la actual. Castillo y muralla presentaron durante siglos ese aspecto renegrido tan característico, como de inmensos montones de cantos rodados a punto de desmoronarse. Pero se mantuvieron en pie. Para bien o para mal cumplían una función. Hoy, con mejor aspecto, son parte esencial de la imagen vigorosa de la villa, de su legibilidad física, contiguos a enclaves y monumentos de gran interés, contemplados por gente interesante que se ha afincado en la localidad, balcones de panorámicas notables e inolvidables en una tarde nublada de abril, el día de mi viaje.


Calle de Urueña

Me han comentado gentes de la zona que la Junta de Castilla y León se ha empleado a fondo en la rehabilitación de la villa; personajes interesantes y conocidos por sus méritos artísticos como Joaquí Díaz, Amacio Prada y Luis Delgado hace tiempo que han recalado en su recinto; se han instalado algunos talleres y estudios, museos y fundaciones, dos casas rurales, y libreros y más libreros. Como dice su alcalde, Urueña encierra entre sus murallas etnografía, música, tradición, cultura editorial y nuevas iniciativas que la convierten en la primera Villa del Libro de España, sin olvidar el calor de sus gentes, el sabor de sus calles medievales y la nobleza de sus monumentos, “y con una de las mejores puestas de sol de todo Valladolid”.

Todo ello tiene un “efecto de llamada”. La verdad es que a Urueña no le falta historia y tampoco geografía pues equidista de Toro, Tordesillas, Medina de Rioseco, Benavente, Valladolid y Zamora. Gracias a la autovía próxima está bien comunicada con las largas distancias. Aparecen viajeros de paso como nosotros, visitantes encantados de la vida y dispuestos a admirar las nuevas iniciativas.

Tal como nosotros hicimos, se puede comer en el corro de San Andrés y dedicar el tiempo de sobremesa a pasear por la calle Real, desde la puerta de la Villa a la del Azogue. Nos podemos asomar a la plaza mayor y recorrer las calles de Cuatro Esquinas, Costanilla, del Oro y el corro de Santo Domingo, todo ello sin abandonar el recinto amurallado y localizando cada una de las numerosas librerías, Alcaraván, Alcuino Caligrafía, etc. Nos apetecerá asomarnos al valle de la ermita por la puerta de la Villa, que da al sur, al abrigo de la inmensa muralla que, no obstante, no pudo ampararnos de la llovizna que caía en aquellos momentos, el día de mi visita. Si es en abril, el campo estará todo verde, como corresponde a una tierra de cereales.

La prehistoria de estos enclaves nos traslada hasta los primeros asentamientos vacceos (“ur” significa agua; “onna”, fuente o arroyo). En la ladera del cerro existe desde la antigüedad un manantial de aguas limpias del que se fue surtiendo la población a lo largo de los siglos. Enorme trabajo supuso durante generaciones y generaciones, hasta los años 50 del siglo XX, el acarreo del agua, cuesta arriba, desde el manantial hasta las casas. “Ur”, agua, más que un artículo del que presumir, debió ser siempre un gran problema para los de aquí.

Por el corro de Santo Domingo se llega frente al castillo y el “lavajo”. El “lavajo” -charca de agua de lluvia que raramente se seca, según el diccionario- ha sido ahora recuperado al pie de la muralla de forma simbólica y aséptica. Antiguamente más que una solución tal vez fue una fuente de problemas añadidos de insalubridad. Hoy aparece como el símbolo de un oasis en lo alto de la paramera.




Santa María del Azogue

Sin embargo Santa María del Azogue no es fácil de “leer”

Por la calle real y dejando a nuestra izquierda la Casona (edificio en el que Joaquín Díaz “ha sentado sus reales”) llegamos a Sta. María del Azogue (situada junto a la otra puerta de la muralla, al norte). Tiene ábside gótico y una nave renacentista. “Se aprecia una reforma barroca incompleta”, tan incompleta que contribuye a un conjunto que me pareció muy despropocionado. Si su cuadrilla de constructores tenía un plan, no lo pudo llevar a cabo. Da la impresión de un inmenso almacén, con dos inmensos arcos de medio punto en piedra que en sí son admirables, pero a los que les falta un conjunto adecuado: ¿Dónde están las naves y bóvedas de estos arcos? En lo alto del coro y camino del campanario aparece una escalera de madera obscura que me recordaba la del “Edificio”- biblioteca del Nombre de la Rosa (novela y film), levantada en el vacío, con un aspecto tan precario que daba vértigo sólo pensar en trepar por ella. En fin, abundando en nuestra metáfora, si el texto es caótico y no responde a un plan, hace casi imposible una lectura coherente. Su autor merece un buen tirón de orejas.

Las fundaciones y pequeños museos “con encanto” ubicados en Urueña, así el de instrumentos musicales de Luis Delgado, nos abren sus puertas; pero pendientes del reloj, nos escabulliremos para vivir los momentos más esperados del viaje: el paseo por el adarve de la muralla para contemplar a media tarde la inmensidad de la Tierra de Campos, “con una de las mejores puestas de sol de todo Valladolid”, como ya sabemos que dice su alcalde.



Panorama de la Tierra de Campos
desde la muralla

El día de mi visita el panorama era espléndido: la llanura, los campos verdes, el sol intentando penetrar entre las nubes, el juego de la claridad y las sombras sobre los sembrados. La línea del horizonte se perdía en la inmensidad de la Tierra de Campos. A los pies de la muralla, extramuros, hay un sendero que se advierte muy frecuentado. Durante siglos los campesinos y lo señores de rango lo habrán paseado en el buen tiempo para contemplar atardeceres similares al que nostros estábamos contemplando, mientras sus mujeres y criadas subían la cuesta con los calderos de agua. Ante estas puestas de sol en el siglo XII, la Reina Urraca y su hija mayor Dña. Sancha darían vueltas a los asuntos de estado en un reinado que fue tormentoso pues a la Reina Urraca no se lo pusieron nada fácil, sobre todo los gallegos del conde de Traba y del Arzobispo Gelmírez. Aquí Urraca confiaría a Sancha los secretos de su segundo matrimonio con Alfonso I de Aragón, que desde el principio fue también tormentoso y que acabó al primer año como el rosario de la aurora. Puede que aquí Dña. Sancha, que contaba entonces con 19 años, tomara la poco frecuente decisión de no casarse. (Recordemos que nuestra infanta ni se casó ni se metió a monja; que fue soltera y orientadora). Por este mismo adarve ya en el siglo XIV pasearía al atardecer Pedro I el Cruel, no con su esposa Blanca de Borbón a la que dejó plantada a los tres días de casados; sino con su amor permanente, María de Padilla, “muy fermosa, e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo” según la Crónica de la época. Según mis cálculos se debieron conocer cuando eran unos mozuelos de 17 años. La enigmática psicología de Pedro debió ser un caso aparte. Ella, a quien Pedro mantenía en Urueña medio secuestrada, procedía de la merindad de Castrojeriz y al morir fue enterrada en las Clarisas de Astudillo, antes de ser incinerada en la Catedral de Sevilla donde ahora descansan ambos amantes.


Fray Virila,
lector en Urueña

Fray Virila lee y Alcuino escribe

Virila, monje en el monasterio de Leire que vivió entre los años 870 y 950, tiene en Urueña un hermoso bajorrelieve. Schiacciato, dicen los italianos desde Donatello. Exactamente, en el corro de San Andrés. Aparece soñando ante un libro y así se desvela el misterio: A Virila se le pasó el tiempo en un instante, nada menos que 300 años, porque estaba leyendo y escuchando música frente a la ventana del jardín (cantaba un jilguero) –tres placeres delicados. Por eso aquí, en la ciudad de los libros, tiene su icono.

Muy cerca está la librería Alcaraván que regenta Jesús desde hace 20 años. Fue el primero en instalarse en Urueña. Ahora que Urueña es Villa del libro desde hace dos años resulta evidente que Jesús cuando llegó, como los monjes cordobeses de San Cebrián y la cuadrilla de canteros catalanes de La Anunciada, tenía un plan.

Todo empezó en Gales en 1961, según podemos leer en internet. Richard Booth, un joven de 23 años, recién licenciado en Historia en Oxford, compró las ruinas de un castillo para crear una librería, en Hay-on-Wye, apacible localidad a orillas del río Wye. Cuando comenzó a convertir las casas abandonadas en librerías, los vecinos predijeron que no duraría ni tres meses: -“Nadie lee libros en Hay”. Fue un éxito (37 librerías en un pueblo que no llega a 2.000 habitantes). Hoy hay en Europa 22 villas del libro; y también en Japón, Canadá, EE.UU., Malasia, etc.etc.

Si Virila tiene un “schiacciato” en el corro de San Andrés, Alcuino tiene una librería/taller en la calle Nueva, “Alcuino Caligrafía”.

Alcuino de York vivió casi un siglo antes que Virila, aunque parezca mentira, exactamente entre los años 735 y 804. Con ellos retrocedemos tal cantidad de siglos en el friso de la historia que los tiempos de doña Sancha se nos aproximan a la semana pasada. Pero en la Villa del Libro si uno representa la lectura el otro representa la escritura. Alcuino, erudito y pedagogo anglosajón, fundó la Academia Palatina e inició la recuperación y preservación de los textos antiguos en la corte de Aquisgrán, previo un encuentro con el emperador Carlomagno en 781 (coincidieron ambos en Parma con ocasión de un viaje). Escribió diversos tratados, uno, “De Orthografía” y, sobre todo, dirigió la copia y caligrafiado de los textos antiguos. De ahí que se le haya asociado a la caligrafía a través de los siglos. Hoy tal vez hubiera fundado un taller de escritura para ese fin. Además son famosas sus cartas, algunas dirigidas al emperador para “cantarle las cuarenta”. Se conservan más de dos centenares y son valiosas fuentes de información sobre la vida en aquel tiempo. Paradojas de la historia: las cartas de doña Sancha, escritas cuatro siglos después que las de Alcuino, no se conservan (que yo sepa). No obstante y aunque la relevancia cultural de ambos no sea comparable, y cometiendo la osadía de saltarnos cuatro siglos “así como así”, recordemos, por el afecto que ya le hemos tomado, que también ella, a imitación de Alcuino, fue consejera de reyes y pedagoga (“tenía grande e saludable sentido del consejo”), y amante de los viajes y del intercambio epistolar.

“Alcuino caligrafía”, “Alcuino scriptorium” en Urueña nos ofrecen los recursos del noble arte de los “pendolistas”. Pergaminos de Pérgamo, papiros de Egipto y Etiopía, plumas de ave, cálamos de bambú, tintas de variados colores, pinceles de borde ancho, finas acuarelas… Escritura gótica, caligrafía carolingia, caligrafía antigua, escritura mayúscula romana y otras “fuentes”… (No mencionan la humilde caligrafía americana. No será porque le dedicáramos pocas horas de práctica en el colegio: -“Ahora toca media hora de caligrafía americana”). Cuadernos para la educación del gesto gráfico; de tratamiento de grafías y disgrafías. En fin, escritura como caligrafía y como composición de textos. Taller de escritura…

Las alforjas dan paso a los medios informáticos.

Volvemos de Urueña con un renovado par de alforjas: la lectura y la escritura. Hay quien sostiene que ambas actividades son complementarias y que leer nos lleva, debe llevarnos, a escribir. Leer es descifrar y escribir es expresar: la comunicación es ese viaje de ida y vuelta. Claro que si “leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer”, escribir letras en una página no será más que una de las muchas maneras de escribir… Escribe el que dibuja, el que toca un instrumento musical, escribe el labrador cuando ara, escribimos con nuestros pies sobre la nieve (pasos cortitos y rápidos cuando va, relajados cuando vuelve el monje de “El nombre de la rosa” de U. Eco)…

No obstante, si bien disponemos del hábito de la lectura, el de la escritura, el de la escritura convencional de Alcuino, se nos resiste un poco; como el de hacer gimnasia por las mañanas. En nuestro descargo es preciso decir que si bien la informática nos resuelve los pequeños problemas de escritura, el plantear la escritura en todo su alcance, por ejemplo tal como la modelan Flower y Hayes (“Plans that guide the composing processes”, en “Writing”), y mantener todas esas pelotas en el aire como hace el malabarista, es otro cantar. Tener delante los materiales esparcidos por el suelo no es suficiente; como los monjes cordobeses y los canteros catalanes necesitamos un plan. De no ser así el texto resultará algo caótico.


"Lo que se sabe sentir
se sabe decir"

"Lo que se sabe sentir se sabe decir" (Cervantes)

Afirma Cervantes en El amante liberal: -“Lo que se sabe sentir se sabe decir”. La frase me deja pensativo pues tal vez apunta al nudo de la cuestión. Según esto, la escritura no tendría por qué ser complicada: lo que se sabe sentir se sabe decir. Ya contamos con excelentes recursos informáticos (el libro digital se hace cada vez más presente) como complemento de los convencionales, y están muy bien; pero los procesos personales implicados en la lectura y la escritura siguen siendo imprescindibles, la imaginación, la motivación, la planificación, las estrategias…


Vamos ya de vuelta hacia Madrid, destino Tres Cantos. El sol sale donde y cuando las nubes le dejan. Mi compañera de viaje, Antonia, me señala el arco iris que se levanta a nuestra izquierda entre las nubes y sobre los sembrados que verdean en la meseta castellana. Intentamos sacarle una foto con la cámara digital; pero no hay manera. El arco iris es poco intenso y la cámara no lo capta.

Antes de salir de “Alcaraván” he preguntado a Jesús, el librero, por un libro que viene reseñado en una revista profesional que envían a casa. El título es “Anochece y aún no he leído todos los libros”. No he podido verlo; pero a falta de más información bien se puede decir que el título es un libro en sí. El autor lo presenta con las palabras de Montaigne: “Los libros son la mejores provisiones que he encontrado para este viaje de la vida”.

Por lo que se ve, aquí todos vamos de viaje.

En fin, hemos llegado a la parada final y toca despedirse: -Anochece y aún no hemos leído todos los libros; anochece y aún no hemos escrito todo lo que sabemos sentir y sabemos decir.



Bibliografía:

Manguel, Alberto (2005): “Una historia de la lectura”, Ed. Lumen.
Gelb, J.J. (1976): “Historia de la escritura”, Alianza Ed.
Menéndez Pidal: Historia de España, V. IX, pág. 429.. Ed. Espasa Calpe.
Puente, Ricardo (2002): La iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote. León:Ed. ALBANEGA.
Chrónica, en “El monasterio cisterciense de La Espina” de Ricardo Puente. Ed. ALBANEGA. León, 2002. Los detalles sobre Dña. Sancha proceden de este autor y de la Historia de España de Menéndez Pidal. Las “hipérboles” son mías.
Flower & Hayes (1983): “Plans that guide the composing processes”, en Frederikson & Dominic (Eds.): Writing. Hillsdale, NJ: LEA. Estudiando a escritores expertos nos muestran un modelo a seguir por los escritores “novatos”.
Trapiello, Andrés (2004): “Las vidas de Miguel de Cervantes”, Biblioteca ABC.



Fco. Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2012/13.



Murallas de Urueña en la lejanía






URUEÑA, la Villa del Libro: “Silencio, se lee…”



Icono: Urueña, Villa del Libro


URUEÑA, la Villa del Libro:

“Silencio, se lee…”









Dedicado a las señoras bibliotecarias de la biblioteca municipal de Tres Cantos y, con añoranza, a las señoras bibliotecarias de la extinta biblioteca “cajamadrid”.



Francisco Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2013.





No me digas, amable lector, que “para este viaje no se necesitan alforjas”.
Para viajar a Urueña, la Villa del libro, precisamos un buen par de alforjas, esto es, la lectura de la Historia y una historia de la Lectura. Ambas guardan cosas muy interesantes, están a nuestro alcance en las bibliotecas y vienen muy bien para estos tiempos de escasez.
Pongamos de nuevo en valor actividades clave para la vida en precario, es decir, la no entregada al despilfarro consumista, tanto si es elegida como si nos viene impuesta por las actuales circunstancias. El artículo anterior, “La ciudad, escenario de nuestras vidas”, animaba a disfrutar del lugar en que se vive. Éste de hoy canta una vez más el deleite de la lectura y la escritura con ocasión de un sencillo viaje. Otro que está al caer, “Camino y canto”, abordará la música del Codex Calixtinus para el Camino de Santiago. Y otros. Así que, ¡vámonos a Urueña!

La lectura de la Historia


Castillo de Urueña

Urueña ha ocupado un lugar importante en la historia de Castilla y de León, al menos desde el siglo X, por su proximidad a una tierra muy rica, la Tierra de Campos (rica en cereales ya en tiempos de los romanos), y por razones estratégicas derivadas de su situación como frontera entre ambos reinos.

A los vecinos de Urueña les son familiares personajes históricos de primera fila porque vivieron o sufrieron en su Castillo. Personajes inolvidables del siglo XII como la poderosa Reina Urraca, hija de Alfonso VI y madre de Alfonso VII el Emperador. Doña Urraca casó en primeras nupcias con Raimundo de Borgoña, hermano éste del papa Calixto que da nombre al Codex Calixtinus, y en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, matrimonio éste que acabó al primer año “como el rosario de la aurora”. Personaje importante fue la hija mayor de Urraca, Sancha Raimúndez, pues fue señora de Urueña. Muy a su pesar lo fue el Conde Vélez, también en el siglo XII, pues estuvo prisionero en el castillo por haber sido sorprendido en amoríos con una prima del rey Sancho III el Deseado, dando pie a romances que aún hoy recitan los de Urueña. En el siglo XIV vivió en Urueña María de Padilla, el amor permanente de Pedro I el Cruel, y también Juan Alfonso de Albuquerque, taimado tutor de este rey y regente durante su minoría de edad, enterrado en el cercano Monasterio de La Espina. Y también fueron prisioneros en su castillo personajes de los siglos siguientes como el Conde Luna, el Conde de Urgel y la infanta Beatriz de Portugal. La historia “con mayúsculas” de la Villa se prolonga hasta el siglo XIX, cuando se produce la abolición de los señoríos. Los de Urueña conocen y valoran su pasado y sienten que les pertenece y da identidad. Así pues, a Urueña hay que viajar leyendo historia. De este modo se comprenderá mejor el origen de su vigorosa imagen actual.


Fuente-manantial extramuros de Urueña

Doña Sancha, la infanta que ni se casó ni se metió a monja
Ya he mencionado a Doña Sancha (1095-1159), hija de la reina Urraca y sobrina del papa Calixto, hermana de Alfonso VII y señora de Urueña, y lo haré más veces, porque, entre los nombrados, es mi personaje favorito, y porque fue un personaje decisivo para los enclaves de nuestro recorrido. Fue una infanta del siglo XII que ni se casó ni se metió a monja (su cuerpo permanece incorrupto en San Isidoro de León). Fue educadora y consejera de reyes (orientadora, “coach”, diríamos hoy) “pues tenía grande e saludable sentido del consejo”. Como hija soltera de reyes administró la villa de Urueña, el infantado de Tierra de Campos y otros infantados. Por fuerza tuvo que ser una mujer letrada. Entre los escasos retazos biográficos que constan se menciona su intercambio epistolar. “Su prestigio y su personalidad mantuvieron la concordia en lo esencial (entre sus sobrinos Sancho III de Castilla y Fernando II de León, sucesores de su padre Alfonso VII) hasta su muerte en febrero de 1159”, dicen los tratados de historia. Muerta la tía, los sobrinos se declararon la guerra.

Doña Sancha levantó las murallas de Ureña desde cuyos adarves podía contemplar la Tierra de Campos y es un personaje decisivo para los enclaves que vamos a visitar: conocía la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote, del siglo X, fundó el monasterio de la Santa Espina y transformó el antiguo monasterio mozárabe de San Pedro de Cubillas en la ermita actual de la Anunciada. Viajera incansable, durante sus 64 años de vida (longevidad nada desdeñable en aquellos tiempos) se movía por estos territorios también con un par de alforjas: unía la devoción (fundó 15 monasterios) a la acción política (apoyando a su real familia), sin que quedara muy claro si supeditaba la primera actividad a la segunda. De haber sido nosotros de su tiempo, nadie mejor que ella para orientar nuestra visita por estos enclaves medievales que invitan, a quienes se acercan por allí, a retroceder 1.000 años en el tiempo, estando hoy, no obstante, de plena actualidad.

La historia de la Lectura


Niño leyendo a su madre
en Pompeya

Se han escrito historias de la lectura y las hay también de la escritura. El escritor Alberto Manguel, en “Una historia de la lectura” (libro que es un tesoro y va en nuestras “alforjas”) dice que “leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer”. “El labrador que lee el clima en el cielo; el zoólogo que lee las huellas de los animales en el bosque; el pescador hawaiano que lee las corrientes marinas hundiendo una mano en el agua; el padre que lee la cara de su bebé buscando señales de alegría, miedo o asombro; el amante que de noche lee a ciegas el cuerpo de su amada; el psiquiatra que ayuda a los pacientes a leer sus propios sueños desconcertantes… todos ellos comparten con los lectores de libros la habilidad de descifrar y traducir signos”. ¿Y nosotros? Pues nosotros, al ir a pasar un buen día, camino de Urueña, para visitar interesantes monumentos y lugares, vamos dispuestos también a leer y descifrar cuantos signos y enigmas se nos pongan por delante.

Una metáfora de la lectura

Son abundantes las analogías o metáforas que proponemos a los jóvenes lectores para animarles a leer de forma activa y para orientar sus procesos lectores. Les decimos que cuando leen se sientan exploradores, detectives o viajeros; que transiten por el texto con afán de aventuras, como lo harían por un bosque encantado, una hermosa ciudad, un templo misterioso o un jardín escondido. Pues bien, nosotros, viajeros, vamos a dar la vuelta a estas metáforas y nos vamos a considerar activos “lectores” de los lugares y monumentos que contemplamos. Hermosos “libros”, más bien “incunables”, nos esperan: la basílica mozárabe de San Cebrián, la sala capitular románica del monasterio de La Espina, la también románica ermita de La Anunciata, la propia villa de Urueña, sus murallas y castillo medievales, las calles y la iglesia parroquial. Estos enclaves forman un conjunto digno de ver, en un área fácilmente abarcable en un día de trajín. Y desde el mirador de la muralla libros naturales serán las suaves lomas, las altas nubes y los verdes sembrados de Tierra de Campos.

Hay un letrero que dice: “Silencio, se lee...”

Urueña cuenta con el valor añadido de haber sido declarada en 2007, Villa del Libro, única en España y una de las muy contadas de Europa, donde “cada casa es una librería y cada vecino un librero”, y con el cartel de “Silencio, se lee…”. Como integrantes de esa informal comunidad mundial de lectores de la que habla Manguel en su libro, haremos nuestro turístico “peregrinaje” a Urueña. Allí nos esperan 11 librerías, varios museos y centros culturales. ¡Bueno, sin pasarse!: Los de Urueña han dejado espacio también para alguna que otra cafetería y algún que otro restaurante, pues su oferta es cultural, monumental y gastronómica.

La distancia entre Madrid y el límite sur de los Montes Torozos (al Oeste de la provincia de Valladolid) es notable, no lo vamos a negar; pero la propuesta es llegar a media mañana ante la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote del siglo X, cerca ya de Urueña y como primera sorpresa del viaje.

Trazado de la Basílica Mozárabe
La basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote es fácilmente “legible”: Todo responde a las reglas de una “sintaxis” perfecta



Los monjes cordobeses llegaron a este rincón de los Montes Torozos dispuestos a organizar un cenobio a principios del remotísimo siglo X. Para levantar su basílica no venían con carretas de bueyes cargadas de pesados materiales, ni siquiera tuvieron tiempo y herramientas para montar un taller de cantería. No lo necesitaban porque en su cabeza traían un modo de entender la arquitectura, y en su corazón los efluvios y los ecos de la liturgia mozárabe. Como sabían lo que querían y tenían un plan no les fue difícil reutilizar los materiales de origen romano y visigótico que encontraron en los alrededores y tal vez allí mismo. El sol que habría de penetrar por las ventanas en arco de herradura avanzando del oriente al ocaso, y la penumbra, la humedad y el intenso frío los encontraron sin hacer esfuerzos y de propina.

Por lo visto, durante siglos este enclave fue casi ignorado pues “caía fuera de camino para todas partes” (lo que fue una suerte para su pervivencia). Sólo a principios del siglo XX los especialistas repararon en este “templo parroquial” de tres naves que contenía una doble serie de arcos de herradura sobre columnas y capiteles romanos y visigóticos que les dejaron boquiabiertos, y que en 1916 fue declarado monumento nacional. La restauración se inició en 1932 y culminó en 1980.


Interior de la Basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote


El aspecto exterior de San Cebrián de Mazote engaña.
La verdadera sorpresa es su interior. Ahí se revela la basílica mozárabe en su belleza, sin que falte ni sobre nada. Todo responde a las reglas de una “sintaxis” perfecta. A nosotros nos va a corresponder descifrar las claves del mayor de los templos mozárabes conservados en España (unos 30 metros de largo y 15 de ancho en el crucero) y uno de los más notables, “construido por monjes cordobeses, como indica este arco simulado en blanco y rojo, sobre la puerta de la sacristía, de manera semejante a los edificios musulmanes”. Al entrar por el fondo lateral derecho, si avanzamos por la nave central y giramos oportunamente la vista, iremos descubriendo la armonía de la planta, organizada de forma simétrica y equilibrada, y aquel espacio diáfano y al mismo tiempo rico en componentes arquitectónicos. Para nuestra satisfacción, San Cebrián de Mazote aparece fácilmente “legible”. La forma del arco de herradura aparece omnipresente: en los dobles tramos de columnas que organizan las naves, en la articulación de éstas con el transepto, el cimborrio, el ábside y contraábside, en las ventanas abiertas a ambos lados de la nave central, en fin hasta en las plantas de las pequeñas estancias: ábsides, iconostasio y extremos del crucero. Pero esta insistencia pasa casi desapercibida al mismo tiempo que articula todos los componentes de la basílica (como resaltan los trazados de planta y alzada que reproducimos). Y las bóvedas, ¡ah, las bóvedas! Como el término indica, representan la bóveda celeste. Bóvedas de arista, bóvedas “gallonadas”... A cual más hermosa, coronando todos los pequeños pero esenciales espacios del templo.
Exterior de San Cebríán de Mazote

Las reconstrucciones historicistas siempre te hacen dudar; pero aquellas columnas con aquellos fustes y capiteles, junto a otros elementos menores, son auténticas. Como auténticos son los espacios organizados de forma tan sabia, y el aire húmedo, la penumbra de aquel día nublado y el intenso frío que encontré en mi última visita. Los siglos han pasado, los monjes cordobeses también; pero esta penumbra silenciosa y este frío inmisericorde de los templos rurales (que los castellanos de pueblo conocemos tan bien) no tienen nada de “virtual” y permanecen.

Leer requiere reconocer los detalles y descubrir el significado global del texto. O sea que a nuestra “lectura” no puede faltarle lo principal, esto es, descubrir ese significado global del templo: Imaginar por un momento el misterio de la iconostasis, los cálidos efluvios de las velas y los ecos de los cantos a coro vagando entre las naves y bóvedas, y los movimientos de quienes allí se reunían en siglos remotos, sus idas y venidas entre ábside y contraábside, con su liturgia y su prosodia mozárabes (en alguna parte he leído que la liturgia mozárabe era peculiar; por ejemplo, requería un ábside en la cabecera del templo y otra a los pies). Para ayudarnos a reconocer los detalles está la señorita que hace de guía; pero la imaginación deberá volar a cuenta de cada uno.

La sala capitular es el principal vestigio románico del monasterio de la Espina

El monasterio de La Espina existe porque la infanta doña Sancha lo fundó. Con este fin viajó al sur de Francia para entrevistarse con Bernardo de Claraval y pedirle que los monjes cistercienses se instalaran en este pequeño valle, un rincón con arboledas, regado por el arroyo Bajoz, situado en las estribaciones de los Montes Torozos. Corría el año 1147. Estos monjes importaron el culto romano al reino de Castilla y León, el cual acabó con la liturgia mozárabe (o visigótica o hispánica) porque era más fuerte ya que estaba apoyado por la autoridad de Roma; pero eso parece ley de vida (sospecho que algún lector estará pensando que lo mismo pasó hace algunos años con los cangrejos de río). Como ya sabemos, Dña. Sancha era una mujer de mucha iniciativa y muy viajera. Se dice, aunque con reservas, que viajó a Tierra Santa y que de allí trajo reliquias: una santa espina (que da el nombre al monasterio) y un dedo de San Pedro.

Sala Capitula tardorrománica del Monasterio
de la Santa Espina


La infanta Sancha fundó el monasterio…y el hermano Saturnino, ya jubilado, (los maristas están al cuidado del tinglado) es el encargado de mostrarlo: -“El conjunto monumental actual, de grandes dimensiones, presenta variados estilos. Las partes más antiguas que se conservan de tradición románica son del siglo XIII, es decir, tardorrománicas. De este tiempo y estilo es la sala capitular que brilla con luz propia por su belleza, y también la pequeña sacristía, la pequeña dependencia que servía de biblioteca (armariolum) y la portada románica del muro septentrional del crucero. La sala capitular se aboveda con crucería apoyada en cuatro columnas exentas y en columnas adosadas a los muros. Los ventanales son muy hermosos”.

En la escalinata con el
Hno. Saturnino
Tanto a la entrada como en el interior de ésta, la sala capitular, nuestro guía va presentando los datos claves de tipo arquitectónico y los aspectos más llamativos de la vida monacal. Si está buen humor no omitirá anécdotas ni enunciados escatológicos, por ejemplo para explicarnos por qué el rebordillo de las paredes de la sala capitular con toda probabilidad no era usado como asiento por los monjes: “Ni en invierno ni en verano pongas sobre piedra el …”. Si se lo pedimos, posará con nosotros para la foto de grupo en la escalinata que lleva a la portada románica del muro septentrional del crucero y nos guiará hacia la iglesia cuya monumentalidad impresiona verdaderamente. Ya en el interior de la iglesia y tras admirar la capilla de los Vega, ante la capilla de la Santa Espina saca una espina larga y puntiaguda del bolsillo para ayudarnos a imaginar tanto la reliquia como la naturaleza y uso de una corona de espinas, haciendo gala de que “ha preparado la clase” como buen profesor. Si recorremos las espaciosas naves hasta llegar al fondo del templo, desde allí podremos contemplar su amplia perspectiva hacia el cimborrio y la capilla mayor.

La ermita de la Anunciada, una joya del románico catalán del siglo XII

Vamos camino de Urueña y desde la distancia la muralla con su castillo se levanta como un todo blanquecino y algo inquietante sobre un cerro. No se distinguen la puerta ni se advierte ningún movimiento, ¿estará desierto y abandonado el interior del recinto amurallado?

Será mediodía cuando lleguemos al pie de los torreones; pero continuaremos sin detenernos, dejándola a un lado y bajando por la ladera, hacia la ermita de Santa María de la Anunciada, primer románico del siglo XII, cuya visita haremos antes de comer tal como aconseja el guía que franquea la entrada.

Ermita de la Anunciata: Blanca piedra con el dorado
de la claridad exterior


No sólo es que se encuentre fuera del recinto amurallado de Urueña; sino bien abajo en el valle. Tampoco es una ermita de pequeñas proporciones como las que estamos acostumbrados a ver en las afueras de los pueblos; es un templo de tres naves, levantado con gran empeño monumental, añado yo. Como ya hemos señalado fue nuestra doña Sancha quien transformó el monasterio mozárabe preexistente en el bello templo actual. Dice el cartel de la entrada: “El templo es una joya del románico catalán del siglo XII, único en Castilla y León, de sillarejo, con arquillos ciegos y bandas lombardas. De tres naves sobre pilares cruciformes y bóvedas de cañón, con crucero y cimborrio que aloja cúpula sobre trompas. La cabecera se remata en tres bellos ábsides semicirculares, el central mayor”.


Cimborrio: Blanca piedra
con el pálido de la penumbra

Si el exterior de San Cebrián de Mazote “engaña” porque no hace vislumbrar su maravilloso interior, el exterior de Santa María de la Anunciada causa admiración. Causa admiración la visión de su conjunto, como un monumento que es pura proporción y armonía de volúmenes superpuestos para manifestar verticalidad desde una base con un sosegado apeo horizontal. La piedra caliza, de un tonalidad blanca no exenta de belleza, viene tallada en pequeños cubos idénticos (“en sillarejo”), cada uno de los cuales anticipa, con su forma y tamaño, la forma y tamaño de los volúmenes que bellamente articulados constituyen el edificio en su conjunto. La admiración persiste al penetrar en su interior: blanca piedra por fuera con el dorado de la claridad exterior y blanca piedra por dentro con el pálido de la penumbra; sin más aditamentos: una maravilla.

Santa María de la Anunciada de Urueña es una “construcción exótica” para el territorio de Castilla y León, del primer románico, nos dice Bango Torviso. Y prosigue: “Es obra de constructores catalanes, buenos conocedores de su oficio. El que llegaran cuadrillas de canteros de Cataluña tal vez se deba a las estrechas relaciones de ciertas familias nobles castellanas, como los Ansúrez, con la nobleza catalana, o a la presencia de obispos de origen francés o catalán en la región (en esta caso en la diócesis de Palencia)”. La cuadrilla de canteros catalanes que la construyó demuestra “un lenguaje arquitectónico de calidad, donde el léxico y la sintaxis muestran dominio del estilo y su técnica”, dice Bango Torviso. Vamos, que estos canteros dominaban el estilo y cada uno de sus estilemas más pertinentes.

Pero mencionar sólo los detalles, las bandas lombardas y los arquillos ciegos, sin más, me temo que es quedarse en las letras sin llegar a las palabras y la frase; en los grafemas…sin llegar al significado. Los constructores, en el románico, además de levantar las paredes de forma consistente, buscaban algo más: articular los muros y paramentos, romper al mismo tiempo la monotonía, conseguir efectos lumínicos en la tosca piedra, animar un diálogo de la claridad y las sombras, expresar el ritmo del canto litúrgico. Un recurso articulatorio frecuente era el empleo de series de arquillos decorativos en la parte superior que se prolongan hasta el suelo cada cierto número (con un ritmo: de dos en dos, de tres en tres…) mediante bandas o pilastrillas.

Así la superficie del muro se ve rota por elementos en resalte, tanto horizontal como verticalmente. “En algunos casos, la búsqueda de efectos lumínicos, profundizando en unas sombras más acusadas, hace que se dispongan nichos ciegos en la parte superior de los muros”, Bango Torviso. En fin, no se puede negar que las cuadrillas de canteros del románico hacían todo lo que podían para impresionar al personal con sus escasísimos medios. El autor citado nos da una pista para situarnos en los precedentes: “Todos estos recursos constituyen una fórmula bien conocida por la arquitectura romana”.

Según la psicología de la lectura…

Según la psicología de la lectura, accedemos al texto (perdón, al monumento u obra artística) bien por la ruta directa o visual (buscando la imagen global), bien por la ruta indirecta (partiendo de los detalles). Pues bien, para contemplar la ermita de la Anunciada, podríamos acudir, ya que somos personas conciliadoras, a las dos rutas: a la ruta indirecta para contemplarla por fuera, y a la ruta directa para contemplarla por dentro. Por fuera partiríamos del análisis de los múltiples volúmenes superpuestos para llegar al equilibrado conjunto total en el que los volúmenes de abajo soportan sin quejarse la presión de los de arriba; del análisis de los arquillos, franjas lombardas y nichos ciegos que, vistos como un todo, cantan el gregoriano a coro y sin desafinar. Por dentro se impone sin duda la ruta directa o visual: a la vista le invade de forma inevitable un solo y divino espacio, un solo ámbito amparado por bóvedas de piedra incolora, finito e infinito al mismo tiempo. Ello no obsta para que reparemos también en los componentes: arcos de medio punto, bóvedas de cañón en las naves, de horno en el hemiciclo del ábside, cúpula en el cimborrio, pilastras y esbeltos nichos que dan dinamismo al paramento, cubiertas pétreas…Pero todos estos elementos se tornan invisibles ante el vigor del espacio del templo como un todo.

Nos preguntaremos:

-¿Cómo se han podido articular de forma tan misteriosa esas dos superficies opuestas, convexa y cóncava, ese exterior y ese interior?

La respuesta es sólo una:


Puerta de la Muralla
 -¡Ah, la pericia de los constructores…!










Se nos va el tiempo y es preciso dejarlo por hoy. En la segunda parte transitaremos por la histórica Villa del Libro, visitaremos sus librerías y pequeños museos, y contemplartemos la Tierra de Campos desde lo alto de la muralla que construyó nuestra infanta doña Sancha, la hija mayor de la reina Urraca, allá en el remoto siglo XII.



Continuará.





Fco. Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2012/13.







jueves, 13 de diciembre de 2012

ENTRE VIAJE Y VIAJE: Tres: “… Poco a poco llegué al puerto



ENTRE VIAJE Y VIAJE:


Recordar es volver


Tres


“… Poco a poco llegué al puerto


a quien los de Cartago dieron nombre…”
(Miguel de Cervantes)





Puerto de Cartagena

- Como ves esta foto se refiere al puerto de Cartagena.

Cervantes (1547-1616), yo creo que de buen humor, como sintiéndose a punto de desembarcar en Cartagena (VIAJE DEL PARNASO, hacia 1613-14), nos presenta en sus versos una especie de acertijo. Recitado ante un corrillo de gente o ante escolares podría muy bien terminar preguntando: -Adivina, adivinanza: ¿Qué cosa es?

Don Miguel de Cervantes


Ha navegado mucho y dispone de sabios y amplios conocimientos. Para cuando escribe Viaje del Parnaso le quedan apenas dos años de vida. Canta al puerto de Cartagena, y de forma concisa nos remite a su historia y nos lo describe, para demostrarnos que es el puerto mejor y más estratégicamente situado de cuantos existen en el mundo conocido. Por ello los cartageneros siempre se han sentido muy orgullosos de estos versos de Cervantes.

-Es febrero y nubes blancas, sueltas, se dejan llevar por altísimos vientos, tal como nos lo indican sus sombras silenciosas moviéndose de acá para allá; pero el puerto permanece al abrigo, “cerrado a todos vientos y encubierto” por los altos acantilados y montes que le rodean (y oculto a los catalejos de los barcos de piratas). Donde no hay nubes el cielo es azul, no tanto como el profundo azul del mar, tan profundo que sobrecoge. La luz es maravillosa y el aire es transparente. En estas condiciones las fotografías salen absolutamente nítidas si no interfieren sombras invernales.




Con esto, poco a poco, llegué al puerto,


A quien los de Cartago dieron nombre,


Cerrado a todos vientos y encubierto.


A cuyo claro y singular renombre


Se postran cuantos puertos el mar baña,


Descubre el sol y ha navegado el hombre.


Cartagena nos dejó deslumbrados.Las ruinas clásicas, el castillo, sus colinas, las murallas, aquel inmenso ascensor de una mina montado a la intemperie para salvar el desnivel del monte del castillo y que llevaba a los refugios de cuando la guerra. (La transparencia total del ascensor, incluido el piso, el techo y las pasarelas me hacían sentir miedo y vértigo, con calambres en la entrepierna, como si bajara y subiera por lo profundo de una mina). Sus defensas, la panorámica del puerto. Su historia, con sus glorias y su revolución cantonal (si aplicamos la lupa a la foto de “Cartagena Milenaria” veremos la fecha: fue en 1873, ¿no?). Sus pestes palúdicas y sus penurias. Los bombardeos en la guerra civil. Todo.


Roma

Íbamos tres, la viudita asturiana, el catalán oriundo de Palencia y yo, y hacíamos los recorridos al galope. Los tres recién jubilados íbamos como tres adolescentes aventureros.

Cogimos el último barco de la mañana (y el último del día porque era domingo) para dar la vuelta por el puerto, intrigados por el submarino atracado a la entrada de un inmenso arsenal y sintiendo muy pronto que avanzábamos por aguas muy profundas y contemplando desde lejos la boca de un enorme túnel abierto en la roca o las instalaciones industriales semiocultas entre los montes y acantilados que conformaban la bahía. (Volvía a sentir el mismo vértigo prolongado que al subir y bajar en el ascensor transparente). Nada que ver con los mares de La Manga, en uno de cuyos hoteles habíamos coincidido por azar. En el mar Menor se podía ver caminar a los pescadores con el agua por las rodillas.

La parte más llana y abierta de la ciudad de Cartagena la dejamos para la tarde. La plaza, el paseo marítimo, los muelles, todo era amplio, recién arreglado y vistoso. El edificio del ayuntamiento, blanco y adornado como una tarta, presidía y servía de referencia a todos aquellos espacios. Y como maravilloso telón de fondo, abiertos a un cielo azul con nubes altas, el puerto y el mar, claro está.

Frente a la puerta del Ayuntamiento y en un lugar prominente de la antigua muralla están los dos grandes paneles de cerámica que recogen, respectivamente, la historia de la ciudad y los versos de Cervantes (y a los que me apresuré a sacar las fotografías que estamos contemplando –se nota que por la tarde).

Estamos en tierras de Murcia, aunque más propiamente deberíamos decir en tierras de Cartagena.
El apelativo de “murçiá” era un verdadero insulto entre los mallorquines de la plaza Fléming, cerca de la plaza de toros, en la zona de Palma en la que yo vivía. Bueno, había un insulto mayor, el de “chueta”. Estas cosas no se aprendían, lógicamente, charlando con los amigos mallorquines. Y tampoco se lo oía a los chavales cuando jugaban al fútbol. Se lo oía, cuando reñían, a los señores mayores. Entonces no hablaban en voz baja; sino a gritos. Afortunadamente la cosa duraba poco y nunca llegó a mayores. Eran insultos que reflejaban esos rechazos imbéciles entre los grupos étnicos, como los que provocaron la expulsión de los judíos primero y de los moriscos después por este mismo puerto de Cartagena. ¡Qué cosas! El propio Cervantes, que alguna vez se despachó contra gitanos y moriscos, tuvo que soportar por parte de ciertos chismosos el sambenito de judío converso.

Por este puerto de Cartagena en 1492 salen los judíos, expulsados de España.
En 1610 salen también por aquí, por este puerto de Cartagena, expulsados los moriscos, 118 años después que los primeros. Muchos de ellos serían hortelanos y albañiles de esta misma tierra murciana. En 1931 le toca a Alfonso XIII abandonar España por este mismo puerto, recordando tal vez que seguía los pasos de aquéllos que, por orden real de antepasados suyos en el cargo, le habían precedido en el triste destierro, tras mostrarles “la puerta de salida”.

Nosotros, “los tres mosqueteros”, mientras hacíamos reflexiones varias, nos internamos por la calle peatonal que desde la plaza del ayuntamiento vertebra la ciudad, especialmente la Cartagena modernista. Es febrero y aunque la temperatura es agradable, el sol no da para mucho, así que en un momento dado propongo volver y sentarnos en la chocolatería “Valor”, que hemos visto al principio de la calle, casi frente al edificio neoclasicista del Ayuntamiento. Siempre había pasado de largo en la calle Fuencarral de Madrid, sin entrar en el establecimiento de esta misma marca; pero esta vez es diferente. Nos atiende un camarero argentino que, a ritmo de tango, nos trae a la terraza soberbias tazas de chocolate con churros como porras. Con el sol ya de ida me arriesgo a sacar una última fotografía de la “tarta” del Ayuntamiento blanco, desde donde estamos sentados.

Cervantes escribió estos versos, “Con esto, poco a poco, llegué al puerto…”, en torno a los 66 años de edad.

Pavo real en el parque
En El Viaje del Parnaso imagina que llega a Cartagena para navegar rumbo a esa patria de los poetas –que a él no le aprecian mucho que digamos. Finalmente despertará en Madrid: “lleno de despecho, / busqué mi antigua y lóbrega posada”…. No más viejo que nosotros; pero versado en desdichas, náufrago de la vida, perseguido por la pobreza, orgulloso porque es consciente de su talento, y vulnerable y débil ante la falta de reconocimiento social, especialmente por parte de los otros escritores.

-“Este que veis aquí, de rostro aguileño… las barbas de plata;…los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos;…algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies… llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo…” (Prólogo a las Novelas Ejemplares).

-Don Miguel, olvide las penas, deje el viaje del Parnaso y sus displicentes poetas madrileños (y arréglese la dentadura, ¡por Dios!).
Por más coba que les dé, le seguirán ignorando, desdeñarán sus méritos, su profesionalidad, sus años de trabajo, no le tomarán en serio. A nosotros nos lo van a decir… Jubílese, Don Miguel, y cambie de rumbo: ponga rumbo al país de los naranjos en flor, rumbo a la tierra del laurel altivo y del mirto suave, ¡ponga rumbo a MARiMURTRA!

Fco. Alonso Crespo

Tres Cantos

Continuará: 4 :
–“¿Conoces el país de los naranjos en flor?”… (Goethe): MARiMURTRA.








domingo, 9 de diciembre de 2012

ENTRE VIAJE Y VIAJE: Dos: “Amor es aquel.la cosa qui…” (Ramón Llull)



ENTRE VIAJE Y VIAJE:
Recordar es volver

Dos:



“Amor es aquel.la cosa qui…” (Ramón Llull)


Monumento a Ramón Lluc en el centro de Palma



-Mira esta otra foto. Corresponde al último viaje a Mallorca.

La estatua de Ramón Llull, de grandes proporciones, está en la parte más noble de la Ciudad de Palma, en el Paseo Sagrera, cerca del mar; pero no es fácil acercarse a ella. Lo impide la densa y veloz circulación de los coches. Estamos a primeros de Octubre de un día laborable y todo el vecindario de la isla se ha volcado en la ciudad.

Hace ahora treinta años fui profesor en la Normal de aquí y en cinco años de estancia en “Ciutat” no reparé en el breve texto del reverso del pedestal. Está dedicado al amor. Veo ahora que con fecha de 1982 me regalaron el “Llibre d´Amic e Amat” de este gran místico mallorquín, que todavía conservo; pero el ruido de las preocupaciones de entonces también impidió que lo leyera; al menos no recuerdo haberlo leído (y no sé qué es peor si no haberlo leído o no recordarlo).

"Roda es mon y torna al "Bosch"


La expresión -“T´estim…”, con el fondo de ternura que posee en Mallorca, no tiene equivalencia en el castellano. -¿Te estimo en lo que vales? -¿Estimo tu sinceridad, aunque me has puesto de vuelta y media? -No, no; frío, frío. La expresión “te amo” tampoco es equivalente del todo. “Te quiero”… puede, pero si expresa ternura, delicada ternura, sin carga erótica. (Claro que “T´estim…moltísim…” también puede llevar carga erótica… ¿Por qué no?) La verdad es que si intento procesar en paralelo los verbos de amor en las dos lenguas, el castellano y el catalán de Mallorca, no logro que coincidan, me bailan y se me funden los plomos.

Cuando vivía en Mallorca, y ahora cuando vuelvo, pongo mucha atención para profundizar en el sentido de esta expresión siempre que llega a mis oídos. Creo que la clave la guarda, desde el siglo XIII, Ramon Llull en el Llibre d´Amic e Amat. Debería haber ido leyendo a diario cada uno de los 365 versitos (“tantos versitos como días tiene el año”). Ello, junto con una práctica adecuada, me hubiera convertido también a mí en un experto en vivencias amorosas. Como nunca es tarde, puede que ahora que tengo más tiempo lo intente en serio (Permite que recuerde aquello de “Cuando despertó el dinosaurio…”).


Texto en el pedestal


-Tal como está la foto podemos reconocer directamente el texto, ¿o no?:
“Amor es aquel.la cosa qui los francs met en servitut
e a los serfs dona llibertat” (Libre de amic e amat, 295)

Cuando yo vivía en Mallorca los mallorquines no solían gritar (no sé ahora con las estridencias de la TV, el aumento tremendo de la circulación, sonidos de claxon incluidos, y el caos generalizado). De todas formas “-T´estim…” sólo se podía oír en voz baja, en un ambiente de intimidad. Al principio yo no conocía bien la expresión. La verdad es que tampoco conocía otras: En una ocasión al ir a saludar a alguien que se llamaba Benet (Benedicto) le dije -¿Cómo estás, “Beneit”?... Y no es que beneit signifique bendito o tonto a secas, no. Significa tonto de remate. (-¡Tierra, trágame! –exclamé al ver la expresión de las compañeras profesoras que me lo habían presentado).


Puerto de pescadores en Ciutat

Nos gratifica atisbar nuevos significados cuando leemos o escuchamos las lenguas que conocemos sólo a medias y con muchas lagunas. Profundizamos más en los sentimientos, nos recreamos en ellos: “-¿Què et plau, Amat, que ets ulls dels meus ulls, i pensament dels meus pensaments, i amor dels meus amors…i encara començament dels meus començaments”

(Qué tiernos afectos expresa, nos preguntamos, e indagamos y atisbamos). (Siete siglos más tarde y traduciendo a Goethe, J. Maragall exclamará: “Saps el país dels tarongers en flor?... Volguessis mon aimat, anar-hi amb mi”…-¿Conoces el país de los naranjos en flor? ¿Querrías, amado mío, ir allí conmigo?-Lloret y sus hermosos alrededores no andaba lejos).

Naranjo en el claustro
de San Françesc


La paradoja o antítesis con la que Ramón Llull define el amor es hermosa y tierna. Entonces existían las personas libres (francs) y los esclavos. El estar enamorado, a los primeros les convierte en esclavos (de su amor); a los segundos les da alas, les libera de su mísera condición (nadie, ni sus amos, puede controlar el amor del siervo amoroso, de la sierva amorosa).

En Pollensa,
en la escalinata del Calvario


Ramón Llull añadía en el Libre d´Amic e Amat, en aquel siglo de místicos sufíes y trovadores enamorados: “Y surge la cuestión de saber de qué está más cerca el amor: de la libertad o de la esclavitud”. Y sigue en el versito siguiente: “Llamaba el Amado a su Amigo, y él le respondía diciendo: ¿Qué deseas, Amado, tú que eres los ojos de mis ojos, y el pensamiento de mis pensamientos, y la plenitud de mi plenitud, el amor de mis amores, y, más aún, el aliento de mi vida?”…

Ramón Llull (1232-1314) vivió 82 años. Tuvo mujer e hijos. Amó. A sus treinta y tantos años, tras una visión divina, se dedicó a convertir al sursum corda infiel. Para ello abandonó mujer e hijos dejando en el aire, una vez más, la pregunta de qué pinta realmente el padre en la vida familiar. Fue viajero y peregrinó a Roma, Turquía y ultramar. Filósofo, místico y poeta. Si nos preguntan a nosotros qué es el amor, poco podemos contestar; pero él, no uno sino 365 “versitos”, que contenían otros tantos enunciados, le pudo dedicar. Uno para cada día del año. Como siglos más tarde diría Cervantes (en El Amante Liberal), “lo que se sabe sentir, se sabe decir”. Con 365, “tants versets com dies hi ha l´any”, Ramón Llull eleva y enriquece, también hoy, la pobreza y estrechez de nuestros sentimientos y afectos.

Alcazaba, desde la plaza de la Reina

Fco. Alonso Crespo
Tres Cantos



Continuará: 3 “Llegué al puerto a quien los de Cartago dieron nombre…” (Miguel de Cervantes)