jueves, 13 de diciembre de 2012

ENTRE VIAJE Y VIAJE: Tres: “… Poco a poco llegué al puerto



ENTRE VIAJE Y VIAJE:


Recordar es volver


Tres


“… Poco a poco llegué al puerto


a quien los de Cartago dieron nombre…”
(Miguel de Cervantes)





Puerto de Cartagena

- Como ves esta foto se refiere al puerto de Cartagena.

Cervantes (1547-1616), yo creo que de buen humor, como sintiéndose a punto de desembarcar en Cartagena (VIAJE DEL PARNASO, hacia 1613-14), nos presenta en sus versos una especie de acertijo. Recitado ante un corrillo de gente o ante escolares podría muy bien terminar preguntando: -Adivina, adivinanza: ¿Qué cosa es?

Don Miguel de Cervantes


Ha navegado mucho y dispone de sabios y amplios conocimientos. Para cuando escribe Viaje del Parnaso le quedan apenas dos años de vida. Canta al puerto de Cartagena, y de forma concisa nos remite a su historia y nos lo describe, para demostrarnos que es el puerto mejor y más estratégicamente situado de cuantos existen en el mundo conocido. Por ello los cartageneros siempre se han sentido muy orgullosos de estos versos de Cervantes.

-Es febrero y nubes blancas, sueltas, se dejan llevar por altísimos vientos, tal como nos lo indican sus sombras silenciosas moviéndose de acá para allá; pero el puerto permanece al abrigo, “cerrado a todos vientos y encubierto” por los altos acantilados y montes que le rodean (y oculto a los catalejos de los barcos de piratas). Donde no hay nubes el cielo es azul, no tanto como el profundo azul del mar, tan profundo que sobrecoge. La luz es maravillosa y el aire es transparente. En estas condiciones las fotografías salen absolutamente nítidas si no interfieren sombras invernales.




Con esto, poco a poco, llegué al puerto,


A quien los de Cartago dieron nombre,


Cerrado a todos vientos y encubierto.


A cuyo claro y singular renombre


Se postran cuantos puertos el mar baña,


Descubre el sol y ha navegado el hombre.


Cartagena nos dejó deslumbrados.Las ruinas clásicas, el castillo, sus colinas, las murallas, aquel inmenso ascensor de una mina montado a la intemperie para salvar el desnivel del monte del castillo y que llevaba a los refugios de cuando la guerra. (La transparencia total del ascensor, incluido el piso, el techo y las pasarelas me hacían sentir miedo y vértigo, con calambres en la entrepierna, como si bajara y subiera por lo profundo de una mina). Sus defensas, la panorámica del puerto. Su historia, con sus glorias y su revolución cantonal (si aplicamos la lupa a la foto de “Cartagena Milenaria” veremos la fecha: fue en 1873, ¿no?). Sus pestes palúdicas y sus penurias. Los bombardeos en la guerra civil. Todo.


Roma

Íbamos tres, la viudita asturiana, el catalán oriundo de Palencia y yo, y hacíamos los recorridos al galope. Los tres recién jubilados íbamos como tres adolescentes aventureros.

Cogimos el último barco de la mañana (y el último del día porque era domingo) para dar la vuelta por el puerto, intrigados por el submarino atracado a la entrada de un inmenso arsenal y sintiendo muy pronto que avanzábamos por aguas muy profundas y contemplando desde lejos la boca de un enorme túnel abierto en la roca o las instalaciones industriales semiocultas entre los montes y acantilados que conformaban la bahía. (Volvía a sentir el mismo vértigo prolongado que al subir y bajar en el ascensor transparente). Nada que ver con los mares de La Manga, en uno de cuyos hoteles habíamos coincidido por azar. En el mar Menor se podía ver caminar a los pescadores con el agua por las rodillas.

La parte más llana y abierta de la ciudad de Cartagena la dejamos para la tarde. La plaza, el paseo marítimo, los muelles, todo era amplio, recién arreglado y vistoso. El edificio del ayuntamiento, blanco y adornado como una tarta, presidía y servía de referencia a todos aquellos espacios. Y como maravilloso telón de fondo, abiertos a un cielo azul con nubes altas, el puerto y el mar, claro está.

Frente a la puerta del Ayuntamiento y en un lugar prominente de la antigua muralla están los dos grandes paneles de cerámica que recogen, respectivamente, la historia de la ciudad y los versos de Cervantes (y a los que me apresuré a sacar las fotografías que estamos contemplando –se nota que por la tarde).

Estamos en tierras de Murcia, aunque más propiamente deberíamos decir en tierras de Cartagena.
El apelativo de “murçiá” era un verdadero insulto entre los mallorquines de la plaza Fléming, cerca de la plaza de toros, en la zona de Palma en la que yo vivía. Bueno, había un insulto mayor, el de “chueta”. Estas cosas no se aprendían, lógicamente, charlando con los amigos mallorquines. Y tampoco se lo oía a los chavales cuando jugaban al fútbol. Se lo oía, cuando reñían, a los señores mayores. Entonces no hablaban en voz baja; sino a gritos. Afortunadamente la cosa duraba poco y nunca llegó a mayores. Eran insultos que reflejaban esos rechazos imbéciles entre los grupos étnicos, como los que provocaron la expulsión de los judíos primero y de los moriscos después por este mismo puerto de Cartagena. ¡Qué cosas! El propio Cervantes, que alguna vez se despachó contra gitanos y moriscos, tuvo que soportar por parte de ciertos chismosos el sambenito de judío converso.

Por este puerto de Cartagena en 1492 salen los judíos, expulsados de España.
En 1610 salen también por aquí, por este puerto de Cartagena, expulsados los moriscos, 118 años después que los primeros. Muchos de ellos serían hortelanos y albañiles de esta misma tierra murciana. En 1931 le toca a Alfonso XIII abandonar España por este mismo puerto, recordando tal vez que seguía los pasos de aquéllos que, por orden real de antepasados suyos en el cargo, le habían precedido en el triste destierro, tras mostrarles “la puerta de salida”.

Nosotros, “los tres mosqueteros”, mientras hacíamos reflexiones varias, nos internamos por la calle peatonal que desde la plaza del ayuntamiento vertebra la ciudad, especialmente la Cartagena modernista. Es febrero y aunque la temperatura es agradable, el sol no da para mucho, así que en un momento dado propongo volver y sentarnos en la chocolatería “Valor”, que hemos visto al principio de la calle, casi frente al edificio neoclasicista del Ayuntamiento. Siempre había pasado de largo en la calle Fuencarral de Madrid, sin entrar en el establecimiento de esta misma marca; pero esta vez es diferente. Nos atiende un camarero argentino que, a ritmo de tango, nos trae a la terraza soberbias tazas de chocolate con churros como porras. Con el sol ya de ida me arriesgo a sacar una última fotografía de la “tarta” del Ayuntamiento blanco, desde donde estamos sentados.

Cervantes escribió estos versos, “Con esto, poco a poco, llegué al puerto…”, en torno a los 66 años de edad.

Pavo real en el parque
En El Viaje del Parnaso imagina que llega a Cartagena para navegar rumbo a esa patria de los poetas –que a él no le aprecian mucho que digamos. Finalmente despertará en Madrid: “lleno de despecho, / busqué mi antigua y lóbrega posada”…. No más viejo que nosotros; pero versado en desdichas, náufrago de la vida, perseguido por la pobreza, orgulloso porque es consciente de su talento, y vulnerable y débil ante la falta de reconocimiento social, especialmente por parte de los otros escritores.

-“Este que veis aquí, de rostro aguileño… las barbas de plata;…los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos;…algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies… llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo…” (Prólogo a las Novelas Ejemplares).

-Don Miguel, olvide las penas, deje el viaje del Parnaso y sus displicentes poetas madrileños (y arréglese la dentadura, ¡por Dios!).
Por más coba que les dé, le seguirán ignorando, desdeñarán sus méritos, su profesionalidad, sus años de trabajo, no le tomarán en serio. A nosotros nos lo van a decir… Jubílese, Don Miguel, y cambie de rumbo: ponga rumbo al país de los naranjos en flor, rumbo a la tierra del laurel altivo y del mirto suave, ¡ponga rumbo a MARiMURTRA!

Fco. Alonso Crespo

Tres Cantos

Continuará: 4 :
–“¿Conoces el país de los naranjos en flor?”… (Goethe): MARiMURTRA.








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