sábado, 15 de diciembre de 2012

URUEÑA, la Villa del Libro: “Silencio, se lee…”



Icono: Urueña, Villa del Libro


URUEÑA, la Villa del Libro:

“Silencio, se lee…”









Dedicado a las señoras bibliotecarias de la biblioteca municipal de Tres Cantos y, con añoranza, a las señoras bibliotecarias de la extinta biblioteca “cajamadrid”.



Francisco Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2013.





No me digas, amable lector, que “para este viaje no se necesitan alforjas”.
Para viajar a Urueña, la Villa del libro, precisamos un buen par de alforjas, esto es, la lectura de la Historia y una historia de la Lectura. Ambas guardan cosas muy interesantes, están a nuestro alcance en las bibliotecas y vienen muy bien para estos tiempos de escasez.
Pongamos de nuevo en valor actividades clave para la vida en precario, es decir, la no entregada al despilfarro consumista, tanto si es elegida como si nos viene impuesta por las actuales circunstancias. El artículo anterior, “La ciudad, escenario de nuestras vidas”, animaba a disfrutar del lugar en que se vive. Éste de hoy canta una vez más el deleite de la lectura y la escritura con ocasión de un sencillo viaje. Otro que está al caer, “Camino y canto”, abordará la música del Codex Calixtinus para el Camino de Santiago. Y otros. Así que, ¡vámonos a Urueña!

La lectura de la Historia


Castillo de Urueña

Urueña ha ocupado un lugar importante en la historia de Castilla y de León, al menos desde el siglo X, por su proximidad a una tierra muy rica, la Tierra de Campos (rica en cereales ya en tiempos de los romanos), y por razones estratégicas derivadas de su situación como frontera entre ambos reinos.

A los vecinos de Urueña les son familiares personajes históricos de primera fila porque vivieron o sufrieron en su Castillo. Personajes inolvidables del siglo XII como la poderosa Reina Urraca, hija de Alfonso VI y madre de Alfonso VII el Emperador. Doña Urraca casó en primeras nupcias con Raimundo de Borgoña, hermano éste del papa Calixto que da nombre al Codex Calixtinus, y en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, matrimonio éste que acabó al primer año “como el rosario de la aurora”. Personaje importante fue la hija mayor de Urraca, Sancha Raimúndez, pues fue señora de Urueña. Muy a su pesar lo fue el Conde Vélez, también en el siglo XII, pues estuvo prisionero en el castillo por haber sido sorprendido en amoríos con una prima del rey Sancho III el Deseado, dando pie a romances que aún hoy recitan los de Urueña. En el siglo XIV vivió en Urueña María de Padilla, el amor permanente de Pedro I el Cruel, y también Juan Alfonso de Albuquerque, taimado tutor de este rey y regente durante su minoría de edad, enterrado en el cercano Monasterio de La Espina. Y también fueron prisioneros en su castillo personajes de los siglos siguientes como el Conde Luna, el Conde de Urgel y la infanta Beatriz de Portugal. La historia “con mayúsculas” de la Villa se prolonga hasta el siglo XIX, cuando se produce la abolición de los señoríos. Los de Urueña conocen y valoran su pasado y sienten que les pertenece y da identidad. Así pues, a Urueña hay que viajar leyendo historia. De este modo se comprenderá mejor el origen de su vigorosa imagen actual.


Fuente-manantial extramuros de Urueña

Doña Sancha, la infanta que ni se casó ni se metió a monja
Ya he mencionado a Doña Sancha (1095-1159), hija de la reina Urraca y sobrina del papa Calixto, hermana de Alfonso VII y señora de Urueña, y lo haré más veces, porque, entre los nombrados, es mi personaje favorito, y porque fue un personaje decisivo para los enclaves de nuestro recorrido. Fue una infanta del siglo XII que ni se casó ni se metió a monja (su cuerpo permanece incorrupto en San Isidoro de León). Fue educadora y consejera de reyes (orientadora, “coach”, diríamos hoy) “pues tenía grande e saludable sentido del consejo”. Como hija soltera de reyes administró la villa de Urueña, el infantado de Tierra de Campos y otros infantados. Por fuerza tuvo que ser una mujer letrada. Entre los escasos retazos biográficos que constan se menciona su intercambio epistolar. “Su prestigio y su personalidad mantuvieron la concordia en lo esencial (entre sus sobrinos Sancho III de Castilla y Fernando II de León, sucesores de su padre Alfonso VII) hasta su muerte en febrero de 1159”, dicen los tratados de historia. Muerta la tía, los sobrinos se declararon la guerra.

Doña Sancha levantó las murallas de Ureña desde cuyos adarves podía contemplar la Tierra de Campos y es un personaje decisivo para los enclaves que vamos a visitar: conocía la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote, del siglo X, fundó el monasterio de la Santa Espina y transformó el antiguo monasterio mozárabe de San Pedro de Cubillas en la ermita actual de la Anunciada. Viajera incansable, durante sus 64 años de vida (longevidad nada desdeñable en aquellos tiempos) se movía por estos territorios también con un par de alforjas: unía la devoción (fundó 15 monasterios) a la acción política (apoyando a su real familia), sin que quedara muy claro si supeditaba la primera actividad a la segunda. De haber sido nosotros de su tiempo, nadie mejor que ella para orientar nuestra visita por estos enclaves medievales que invitan, a quienes se acercan por allí, a retroceder 1.000 años en el tiempo, estando hoy, no obstante, de plena actualidad.

La historia de la Lectura


Niño leyendo a su madre
en Pompeya

Se han escrito historias de la lectura y las hay también de la escritura. El escritor Alberto Manguel, en “Una historia de la lectura” (libro que es un tesoro y va en nuestras “alforjas”) dice que “leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer”. “El labrador que lee el clima en el cielo; el zoólogo que lee las huellas de los animales en el bosque; el pescador hawaiano que lee las corrientes marinas hundiendo una mano en el agua; el padre que lee la cara de su bebé buscando señales de alegría, miedo o asombro; el amante que de noche lee a ciegas el cuerpo de su amada; el psiquiatra que ayuda a los pacientes a leer sus propios sueños desconcertantes… todos ellos comparten con los lectores de libros la habilidad de descifrar y traducir signos”. ¿Y nosotros? Pues nosotros, al ir a pasar un buen día, camino de Urueña, para visitar interesantes monumentos y lugares, vamos dispuestos también a leer y descifrar cuantos signos y enigmas se nos pongan por delante.

Una metáfora de la lectura

Son abundantes las analogías o metáforas que proponemos a los jóvenes lectores para animarles a leer de forma activa y para orientar sus procesos lectores. Les decimos que cuando leen se sientan exploradores, detectives o viajeros; que transiten por el texto con afán de aventuras, como lo harían por un bosque encantado, una hermosa ciudad, un templo misterioso o un jardín escondido. Pues bien, nosotros, viajeros, vamos a dar la vuelta a estas metáforas y nos vamos a considerar activos “lectores” de los lugares y monumentos que contemplamos. Hermosos “libros”, más bien “incunables”, nos esperan: la basílica mozárabe de San Cebrián, la sala capitular románica del monasterio de La Espina, la también románica ermita de La Anunciata, la propia villa de Urueña, sus murallas y castillo medievales, las calles y la iglesia parroquial. Estos enclaves forman un conjunto digno de ver, en un área fácilmente abarcable en un día de trajín. Y desde el mirador de la muralla libros naturales serán las suaves lomas, las altas nubes y los verdes sembrados de Tierra de Campos.

Hay un letrero que dice: “Silencio, se lee...”

Urueña cuenta con el valor añadido de haber sido declarada en 2007, Villa del Libro, única en España y una de las muy contadas de Europa, donde “cada casa es una librería y cada vecino un librero”, y con el cartel de “Silencio, se lee…”. Como integrantes de esa informal comunidad mundial de lectores de la que habla Manguel en su libro, haremos nuestro turístico “peregrinaje” a Urueña. Allí nos esperan 11 librerías, varios museos y centros culturales. ¡Bueno, sin pasarse!: Los de Urueña han dejado espacio también para alguna que otra cafetería y algún que otro restaurante, pues su oferta es cultural, monumental y gastronómica.

La distancia entre Madrid y el límite sur de los Montes Torozos (al Oeste de la provincia de Valladolid) es notable, no lo vamos a negar; pero la propuesta es llegar a media mañana ante la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote del siglo X, cerca ya de Urueña y como primera sorpresa del viaje.

Trazado de la Basílica Mozárabe
La basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote es fácilmente “legible”: Todo responde a las reglas de una “sintaxis” perfecta



Los monjes cordobeses llegaron a este rincón de los Montes Torozos dispuestos a organizar un cenobio a principios del remotísimo siglo X. Para levantar su basílica no venían con carretas de bueyes cargadas de pesados materiales, ni siquiera tuvieron tiempo y herramientas para montar un taller de cantería. No lo necesitaban porque en su cabeza traían un modo de entender la arquitectura, y en su corazón los efluvios y los ecos de la liturgia mozárabe. Como sabían lo que querían y tenían un plan no les fue difícil reutilizar los materiales de origen romano y visigótico que encontraron en los alrededores y tal vez allí mismo. El sol que habría de penetrar por las ventanas en arco de herradura avanzando del oriente al ocaso, y la penumbra, la humedad y el intenso frío los encontraron sin hacer esfuerzos y de propina.

Por lo visto, durante siglos este enclave fue casi ignorado pues “caía fuera de camino para todas partes” (lo que fue una suerte para su pervivencia). Sólo a principios del siglo XX los especialistas repararon en este “templo parroquial” de tres naves que contenía una doble serie de arcos de herradura sobre columnas y capiteles romanos y visigóticos que les dejaron boquiabiertos, y que en 1916 fue declarado monumento nacional. La restauración se inició en 1932 y culminó en 1980.


Interior de la Basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote


El aspecto exterior de San Cebrián de Mazote engaña.
La verdadera sorpresa es su interior. Ahí se revela la basílica mozárabe en su belleza, sin que falte ni sobre nada. Todo responde a las reglas de una “sintaxis” perfecta. A nosotros nos va a corresponder descifrar las claves del mayor de los templos mozárabes conservados en España (unos 30 metros de largo y 15 de ancho en el crucero) y uno de los más notables, “construido por monjes cordobeses, como indica este arco simulado en blanco y rojo, sobre la puerta de la sacristía, de manera semejante a los edificios musulmanes”. Al entrar por el fondo lateral derecho, si avanzamos por la nave central y giramos oportunamente la vista, iremos descubriendo la armonía de la planta, organizada de forma simétrica y equilibrada, y aquel espacio diáfano y al mismo tiempo rico en componentes arquitectónicos. Para nuestra satisfacción, San Cebrián de Mazote aparece fácilmente “legible”. La forma del arco de herradura aparece omnipresente: en los dobles tramos de columnas que organizan las naves, en la articulación de éstas con el transepto, el cimborrio, el ábside y contraábside, en las ventanas abiertas a ambos lados de la nave central, en fin hasta en las plantas de las pequeñas estancias: ábsides, iconostasio y extremos del crucero. Pero esta insistencia pasa casi desapercibida al mismo tiempo que articula todos los componentes de la basílica (como resaltan los trazados de planta y alzada que reproducimos). Y las bóvedas, ¡ah, las bóvedas! Como el término indica, representan la bóveda celeste. Bóvedas de arista, bóvedas “gallonadas”... A cual más hermosa, coronando todos los pequeños pero esenciales espacios del templo.
Exterior de San Cebríán de Mazote

Las reconstrucciones historicistas siempre te hacen dudar; pero aquellas columnas con aquellos fustes y capiteles, junto a otros elementos menores, son auténticas. Como auténticos son los espacios organizados de forma tan sabia, y el aire húmedo, la penumbra de aquel día nublado y el intenso frío que encontré en mi última visita. Los siglos han pasado, los monjes cordobeses también; pero esta penumbra silenciosa y este frío inmisericorde de los templos rurales (que los castellanos de pueblo conocemos tan bien) no tienen nada de “virtual” y permanecen.

Leer requiere reconocer los detalles y descubrir el significado global del texto. O sea que a nuestra “lectura” no puede faltarle lo principal, esto es, descubrir ese significado global del templo: Imaginar por un momento el misterio de la iconostasis, los cálidos efluvios de las velas y los ecos de los cantos a coro vagando entre las naves y bóvedas, y los movimientos de quienes allí se reunían en siglos remotos, sus idas y venidas entre ábside y contraábside, con su liturgia y su prosodia mozárabes (en alguna parte he leído que la liturgia mozárabe era peculiar; por ejemplo, requería un ábside en la cabecera del templo y otra a los pies). Para ayudarnos a reconocer los detalles está la señorita que hace de guía; pero la imaginación deberá volar a cuenta de cada uno.

La sala capitular es el principal vestigio románico del monasterio de la Espina

El monasterio de La Espina existe porque la infanta doña Sancha lo fundó. Con este fin viajó al sur de Francia para entrevistarse con Bernardo de Claraval y pedirle que los monjes cistercienses se instalaran en este pequeño valle, un rincón con arboledas, regado por el arroyo Bajoz, situado en las estribaciones de los Montes Torozos. Corría el año 1147. Estos monjes importaron el culto romano al reino de Castilla y León, el cual acabó con la liturgia mozárabe (o visigótica o hispánica) porque era más fuerte ya que estaba apoyado por la autoridad de Roma; pero eso parece ley de vida (sospecho que algún lector estará pensando que lo mismo pasó hace algunos años con los cangrejos de río). Como ya sabemos, Dña. Sancha era una mujer de mucha iniciativa y muy viajera. Se dice, aunque con reservas, que viajó a Tierra Santa y que de allí trajo reliquias: una santa espina (que da el nombre al monasterio) y un dedo de San Pedro.

Sala Capitula tardorrománica del Monasterio
de la Santa Espina


La infanta Sancha fundó el monasterio…y el hermano Saturnino, ya jubilado, (los maristas están al cuidado del tinglado) es el encargado de mostrarlo: -“El conjunto monumental actual, de grandes dimensiones, presenta variados estilos. Las partes más antiguas que se conservan de tradición románica son del siglo XIII, es decir, tardorrománicas. De este tiempo y estilo es la sala capitular que brilla con luz propia por su belleza, y también la pequeña sacristía, la pequeña dependencia que servía de biblioteca (armariolum) y la portada románica del muro septentrional del crucero. La sala capitular se aboveda con crucería apoyada en cuatro columnas exentas y en columnas adosadas a los muros. Los ventanales son muy hermosos”.

En la escalinata con el
Hno. Saturnino
Tanto a la entrada como en el interior de ésta, la sala capitular, nuestro guía va presentando los datos claves de tipo arquitectónico y los aspectos más llamativos de la vida monacal. Si está buen humor no omitirá anécdotas ni enunciados escatológicos, por ejemplo para explicarnos por qué el rebordillo de las paredes de la sala capitular con toda probabilidad no era usado como asiento por los monjes: “Ni en invierno ni en verano pongas sobre piedra el …”. Si se lo pedimos, posará con nosotros para la foto de grupo en la escalinata que lleva a la portada románica del muro septentrional del crucero y nos guiará hacia la iglesia cuya monumentalidad impresiona verdaderamente. Ya en el interior de la iglesia y tras admirar la capilla de los Vega, ante la capilla de la Santa Espina saca una espina larga y puntiaguda del bolsillo para ayudarnos a imaginar tanto la reliquia como la naturaleza y uso de una corona de espinas, haciendo gala de que “ha preparado la clase” como buen profesor. Si recorremos las espaciosas naves hasta llegar al fondo del templo, desde allí podremos contemplar su amplia perspectiva hacia el cimborrio y la capilla mayor.

La ermita de la Anunciada, una joya del románico catalán del siglo XII

Vamos camino de Urueña y desde la distancia la muralla con su castillo se levanta como un todo blanquecino y algo inquietante sobre un cerro. No se distinguen la puerta ni se advierte ningún movimiento, ¿estará desierto y abandonado el interior del recinto amurallado?

Será mediodía cuando lleguemos al pie de los torreones; pero continuaremos sin detenernos, dejándola a un lado y bajando por la ladera, hacia la ermita de Santa María de la Anunciada, primer románico del siglo XII, cuya visita haremos antes de comer tal como aconseja el guía que franquea la entrada.

Ermita de la Anunciata: Blanca piedra con el dorado
de la claridad exterior


No sólo es que se encuentre fuera del recinto amurallado de Urueña; sino bien abajo en el valle. Tampoco es una ermita de pequeñas proporciones como las que estamos acostumbrados a ver en las afueras de los pueblos; es un templo de tres naves, levantado con gran empeño monumental, añado yo. Como ya hemos señalado fue nuestra doña Sancha quien transformó el monasterio mozárabe preexistente en el bello templo actual. Dice el cartel de la entrada: “El templo es una joya del románico catalán del siglo XII, único en Castilla y León, de sillarejo, con arquillos ciegos y bandas lombardas. De tres naves sobre pilares cruciformes y bóvedas de cañón, con crucero y cimborrio que aloja cúpula sobre trompas. La cabecera se remata en tres bellos ábsides semicirculares, el central mayor”.


Cimborrio: Blanca piedra
con el pálido de la penumbra

Si el exterior de San Cebrián de Mazote “engaña” porque no hace vislumbrar su maravilloso interior, el exterior de Santa María de la Anunciada causa admiración. Causa admiración la visión de su conjunto, como un monumento que es pura proporción y armonía de volúmenes superpuestos para manifestar verticalidad desde una base con un sosegado apeo horizontal. La piedra caliza, de un tonalidad blanca no exenta de belleza, viene tallada en pequeños cubos idénticos (“en sillarejo”), cada uno de los cuales anticipa, con su forma y tamaño, la forma y tamaño de los volúmenes que bellamente articulados constituyen el edificio en su conjunto. La admiración persiste al penetrar en su interior: blanca piedra por fuera con el dorado de la claridad exterior y blanca piedra por dentro con el pálido de la penumbra; sin más aditamentos: una maravilla.

Santa María de la Anunciada de Urueña es una “construcción exótica” para el territorio de Castilla y León, del primer románico, nos dice Bango Torviso. Y prosigue: “Es obra de constructores catalanes, buenos conocedores de su oficio. El que llegaran cuadrillas de canteros de Cataluña tal vez se deba a las estrechas relaciones de ciertas familias nobles castellanas, como los Ansúrez, con la nobleza catalana, o a la presencia de obispos de origen francés o catalán en la región (en esta caso en la diócesis de Palencia)”. La cuadrilla de canteros catalanes que la construyó demuestra “un lenguaje arquitectónico de calidad, donde el léxico y la sintaxis muestran dominio del estilo y su técnica”, dice Bango Torviso. Vamos, que estos canteros dominaban el estilo y cada uno de sus estilemas más pertinentes.

Pero mencionar sólo los detalles, las bandas lombardas y los arquillos ciegos, sin más, me temo que es quedarse en las letras sin llegar a las palabras y la frase; en los grafemas…sin llegar al significado. Los constructores, en el románico, además de levantar las paredes de forma consistente, buscaban algo más: articular los muros y paramentos, romper al mismo tiempo la monotonía, conseguir efectos lumínicos en la tosca piedra, animar un diálogo de la claridad y las sombras, expresar el ritmo del canto litúrgico. Un recurso articulatorio frecuente era el empleo de series de arquillos decorativos en la parte superior que se prolongan hasta el suelo cada cierto número (con un ritmo: de dos en dos, de tres en tres…) mediante bandas o pilastrillas.

Así la superficie del muro se ve rota por elementos en resalte, tanto horizontal como verticalmente. “En algunos casos, la búsqueda de efectos lumínicos, profundizando en unas sombras más acusadas, hace que se dispongan nichos ciegos en la parte superior de los muros”, Bango Torviso. En fin, no se puede negar que las cuadrillas de canteros del románico hacían todo lo que podían para impresionar al personal con sus escasísimos medios. El autor citado nos da una pista para situarnos en los precedentes: “Todos estos recursos constituyen una fórmula bien conocida por la arquitectura romana”.

Según la psicología de la lectura…

Según la psicología de la lectura, accedemos al texto (perdón, al monumento u obra artística) bien por la ruta directa o visual (buscando la imagen global), bien por la ruta indirecta (partiendo de los detalles). Pues bien, para contemplar la ermita de la Anunciada, podríamos acudir, ya que somos personas conciliadoras, a las dos rutas: a la ruta indirecta para contemplarla por fuera, y a la ruta directa para contemplarla por dentro. Por fuera partiríamos del análisis de los múltiples volúmenes superpuestos para llegar al equilibrado conjunto total en el que los volúmenes de abajo soportan sin quejarse la presión de los de arriba; del análisis de los arquillos, franjas lombardas y nichos ciegos que, vistos como un todo, cantan el gregoriano a coro y sin desafinar. Por dentro se impone sin duda la ruta directa o visual: a la vista le invade de forma inevitable un solo y divino espacio, un solo ámbito amparado por bóvedas de piedra incolora, finito e infinito al mismo tiempo. Ello no obsta para que reparemos también en los componentes: arcos de medio punto, bóvedas de cañón en las naves, de horno en el hemiciclo del ábside, cúpula en el cimborrio, pilastras y esbeltos nichos que dan dinamismo al paramento, cubiertas pétreas…Pero todos estos elementos se tornan invisibles ante el vigor del espacio del templo como un todo.

Nos preguntaremos:

-¿Cómo se han podido articular de forma tan misteriosa esas dos superficies opuestas, convexa y cóncava, ese exterior y ese interior?

La respuesta es sólo una:


Puerta de la Muralla
 -¡Ah, la pericia de los constructores…!










Se nos va el tiempo y es preciso dejarlo por hoy. En la segunda parte transitaremos por la histórica Villa del Libro, visitaremos sus librerías y pequeños museos, y contemplartemos la Tierra de Campos desde lo alto de la muralla que construyó nuestra infanta doña Sancha, la hija mayor de la reina Urraca, allá en el remoto siglo XII.



Continuará.





Fco. Alonso Crespo
Tres Cantos, Invierno de 2012/13.







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