martes, 30 de octubre de 2012

Viaje a URUEÑA, Villa del Libro.

A URUEÑA, Villa del Libro, viajamos con "un par de alforjas".

Viaje a San Cebrián de Mazote, Monasterio de la Santa Espina
y Urueña, Villa del Libro
(Día 18 de Abril de 2009)




Texto: Fco. Alonso Crespo




Urueña, Villa del libro.
 




1.

A Urueña, la Villa del Libro, viajamos con “un par de alforjas”: la lectura de la Historia y una historia de la Lectura . Para nosotros era un viaje especial y necesitábamos unas alforjas apropiadas, “sui géneris”.
Urueña ha ocupado un lugar importante en la historia de Castilla y de León, al menos desde el siglo X, por su proximidad a una tierra muy rica, la Tierra de Campos (rica en cereales ya en tiempos de los romanos), y por razones estratégicas derivadas de su situación como frontera entre ambos reinos.
A los de Urueña les son familiares (porque vivieron o sufrieron en su Castillo) personajes del siglo XII tan inolvidables como la poderosa Reina Urraca , hija de Alfonso VI y madre de Alfonso VII el Emperador; Dña. Sancha Raimúndez, señora de Urueña, hija de Raimundo de Borgoña y de la citada Reina Urraca; el Conde Vélez , prisionero en el castillo por haber sido sorprendido en amoríos con una prima del rey Sancho III el Deseado . Personajes del siglo XIV como María de Padilla, el amor permanente de Pedro I el Cruel, y Juan Alfonso de Albuquerque, taimado tutor de este rey y regente durante su minoría de edad, enterrado en el cercano Monasterio de La Espina. Personajes de los siglos siguientes, también prisioneros en su castillo, el Conde Luna, el Conde de Urgel y la infanta Beatriz de Portugal. Les es familiar también Jeromín, Juan de Austria, el hijo secreto del Emperador Carlos V, que fue criado en los alrededores (Villagarcía de Campos) y chospó por los Montes Torozos, hasta que fue presentado a su medio hermano, Felipe II, en el monasterio citado y con ocasión de una cacería . Con altibajos, bien es verdad, la historia de la Villa se prolonga hasta el siglo XIX, cuando se produce la abolición de los señoríos (con el consiguiente alivio para sus habitantes los cuales se vieron así libres de tal servidumbre). Los de Urueña conocen y valoran su pasado y sienten que les pertenece y da identidad.
Así pues, a Urueña hay que viajar leyendo historia. De este modo se comprenderá mejor el origen de su vigorosa imagen actual.
Ya he mencionado a Dña. Sancha (1095-1159), hija de la reina Urraca, hermana de Alfonso VII y señora de Urueña, y lo haré más veces, porque, entre los nombrados, es mi personaje favorito, y porque fue un personaje decisivo para los enclaves de nuestro recorrido. Fue una infanta del siglo XII que ni se casó ni se metió a monja (su cuerpo permanece incorrupto en San Isidoro de León). Fue educadora y consejera de reyes (“orientadora”, diríamos hoy) “pues tenía grande e saludable sentido del consejo” . Como hija soltera de reyes administró la villa de Urueña, el infantado de Tierra de Campos y otros infantados. Por fuerza tuvo que ser una mujer letrada. Entre los escasos retazos biográficos que constan se menciona su intercambio epistolar. “Su prestigio y su personalidad mantuvieron la concordia en lo esencial (entre sus sobrinos Sancho III de Castilla y Fernando II de León, sucesores de su padre Alfonso VII) hasta su muerte en febrero de 1159”, dicen los tratados de historia .


Basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote
Dña. Sancha conocía la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote, del siglo X, fundó el monasterio de la Santa Espina, transformó el antiguo monasterio mozárabe de San Pedro de Cubillas en la ermita actual de la Anunciada y levantó las murallas de Ureña desde cuyos adarves podía contemplar la Tierra de Campos. Viajera incansable, durante sus 64 años de vida (longevidad nada desdeñable en aquellos tiempos) se movía por estos territorios también con un par de alforjas: unía la devoción (fundó 15 monasterios) a la acción política (apoyó a su hermano, Alfonso VII el Emperador, y a sus sobrinos, Sancho y Fernando), sin que quedara muy claro si supeditaba la primera actividad a la segunda. De haber sido nosotros de su tiempo, nadie mejor que ella para orientar nuestra visita a estos tres enclaves medievales que invitan, a quienes se acercan por allí, a retroceder 1.000 años en el tiempo, estando hoy, no obstante, de plena actualidad (como tuvimos ocasión de comprobar). Afortunadamente no la echamos en falta pues contábamos con otras dos sabias mujeres que habían preparado el viaje para nosotros: Eva y Fuencisla.
El escritor Alberto Manguel, en “Una historia de la lectura” (libro que es un tesoro) dice que “leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer”. “El labrador que lee el clima en el cielo; el zoólogo que lee las huellas de los animales en el bosque; el pescador hawaiano que lee las corrientes marinas hundiendo una mano en el agua; el padre que lee la cara de su bebé buscando señales de alegría, miedo o asombro; el amante que de noche lee a ciegas el cuerpo de su amada; el psiquiatra que ayuda a los pacientes a leer sus propios sueños desconcertantes… todos ellos comparten con los lectores de libros la habilidad de descifrar y traducir signos” . ¿Y nosotros? Pues nosotros, los viajeros de A.S.P.U.R y Aire Libre del Ateneo, al ir a pasar un buen día, camino de Urueña, para visitar interesantes monumentos y lugares, íbamos también dispuestos a leer y descifrar cuantos signos y enigmas se nos pusieran por delante.
Para darnos el “madrugón” correspondiente (partíamos a las 8 h de la mañana desde el actual Ayuntamiento, Plaza de la Cibeles) nos movían incentivos turísticos y culturales en general; pero también la circunstancia tan particular a la que ya nos hemos referido: Urueña cuenta con el valor añadido de haber sido declarada en 2007, Villa del Libro, única en España y una de las muy contadas de Europa, donde “cada casa es una librería y cada vecino un librero”, y con el cartel de “Silencio, se lee…” .
Como integrantes de esa informal comunidad mundial de lectores de la que habla Manguel en su libro, hacíamos nuestro turístico “peregrinaje” a Urueña. Allí nos esperaban 11 librerías, varios museos y centros culturales. ¡Bueno, sin pasarse!: Los de Urueña han dejado espacio también para alguna que otra cafetería y algún que otro restaurante, pues su oferta es cultural, monumental y gastronómica.

2.

La distancia entre Madrid y el límite sur de los Montes Torozos (al Oeste de la provincia de Valladolid) es notable, no lo vamos a negar; pero allí estábamos, ante la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote del siglo X, a media mañana de un día nublado de abril que más bien parecía un día cualquiera de febrero.
El aspecto exterior de San Cebrián de Mazote engaña. La verdadera sorpresa es su interior. Ahí se revela la basílica mozárabe en su belleza, sin que falte ni sobre nada. Todo responde a las reglas de una “sintaxis” perfecta.



Basílica mozárabe de San Cebrián. Interior.

Los monjes cordobeses llegaron a este rincón de los Montes Torozos dispuestos a organizar un cenobio a principios del remotísimo siglo X . Para levantar su basílica no venían con carretas de bueyes cargadas de pesados materiales, ni siquiera tuvieron tiempo y herramientas para montar un taller de cantería. No lo necesitaban porque en su cabeza traían un modo de entender la arquitectura, y en su corazón los efluvios y los ecos de la liturgia mozárabe. Como sabían lo que querían y tenían un plan no les fue difícil reutilizar los materiales de origen romano y visigótico que encontraron en los alrededores y tal vez allí mismo. El sol que habría de penetrar por las ventanas en arco de herradura avanzando del oriente al ocaso, y la penumbra, la humedad y el intenso frío los encontraron sin hacer esfuerzos y de propina.
Por lo visto, durante siglos este enclave fue casi ignorado pues “caía fuera de camino para todas partes” (lo que fue una suerte para su pervivencia). Sólo a principios del siglo XX los especialistas repararon en este “templo parroquial” de tres naves que contenía una doble serie de arcos de herradura sobre columnas y capiteles romanos y visigóticos que les dejaron boquiabiertos, y que en 1916 fue declarado monumento nacional. La restauración se inició en 1932 y culminó en 1980.
Y allí estábamos nosotros, descifrando, con la ayuda de la guía, una joven amable y preparada, las claves de “el mayor de los templos mozárabes conservados (unos 30 metros de largo y 15 de ancho en el crucero) y uno de los más notables”, “construido por monjes cordobeses, como indica este arco simulado en blanco y rojo, sobre la puerta de la sacristía, de manera semejante a los edificios musulmanes”. Avanzando por la nave central y girando oportunamente la vista fuimos descubriendo la armonía de la planta, organizada de forma simétrica y equilibrada, aquel espacio diáfano y al mismo tiempo rico en componentes arquitectónicos.


Aparece fácilmente "legible"


Para nuestra satisfacción, San Cebrián de Mazote aparecía fácilmente “legible”. La forma del arco de herradura aparecía omnipresente: en los dobles tramos de columnas que organizan las naves, en la articulación de éstas con el transepto, el cimborrio, el ábside y contraábside, en las ventanas abiertas a ambos lados de la nave central, en fin hasta en las plantas de las pequeñas estancias: ábsides, iconostasio y extremos del crucero. Pero esta insistencia pasaba casi desapercibida al mismo tiempo que articulaba todos los componentes de la basílica (como resaltan los trazados de planta y alzada que reproducimos). Y las bóvedas, ¡ah, las bóvedas! Como el término indica, representan la bóveda celeste. Bóvedas de arista, bóvedas “gallonadas”... A cual más hermosa, coronando todos los pequeños pero esenciales espacios del templo .
Las reconstrucciones historicistas siempre te hacen dudar; pero aquellas columnas con aquellos fustes y capiteles, junto a otros elementos menores, eran auténticas. Como auténticos eran los espacios organizados de forma tan sabia, y el aire húmedo, la penumbra de aquel día nublado y el intenso frío que también nosotros encontramos. Los siglos han pasado, los monjes cordobeses también; pero esta penumbra silenciosa y este frío inmisericorde de los templos rurales (que los castellanos de pueblo conocemos tan bien) no tienen nada de “virtual” y permanecen.
Leer requiere reconocer los detalles y descubrir el significado global del texto. O sea que a nuestra “lectura” le faltaba lo principal: Imaginar por un momento el misterio de la iconostasis, los cálidos efluvios de las velas y los ecos de los cantos a coro vagando entre las naves y bóvedas, y los movimientos de quienes allí se reunían en siglos remotos, sus idas y venidas entre ábside y contraábside, con su liturgia y su prosodia mozárabes (en alguna parte he leído que la liturgia mozárabe era peculiar; por ejemplo, requería un ábside en la cabecera del templo y otra en los pies). Para ayudarnos a reconocer los detalles estaba la señorita que hacía de guía; pero la imaginación debía volar a cuenta de cada uno.
En fin, el tiempo pasaba volando y Fuencisla hubo de recordarnos que nos esperaban en La Espina. Continuamos el viaje.


3.

El monasterio de La Espina existe porque la infanta Dña. Sancha lo fundó. Con este fin viajó al sur de Francia para entrevistarse con Bernardo de Claraval y pedirle que los monjes cistercienses se instalaran en este pequeño valle, un rincón con arboledas, regado por el arroyo Bajoz, situado en las estribaciones de los Montes Torozos. Corría el año 1147.


Monasterio de La espina
Como ya sabemos, Dña. Sancha era una mujer de mucha iniciativa y muy viajera. Y donde no llegaba con los viajes llegaba con las misivas. Se dice, aunque con reservas, que viajó a Tierra Santa y que de allí trajo reliquias (una santa espina y un dedo de San Pedro); y desde luego está contrastado que viajaba con frecuencia por los reinos de Castilla y León. Estaba al corriente de las modas pues los cistercienses acababan de aparecer, y desde luego no sucumbió a la presión de los localismos. Los monjes que venían de fuera trajeron el culto romano el cual acabó con la liturgia mozárabe (o visigótica o hispánica) porque era más fuerte ya que estaba apoyado por la autoridad competente; pero eso parece ley de vida (sospecho que algún lector estará pensando que lo mismo ha pasado con los cangrejos de río).
El monasterio, por su parte, reconoció la generosidad de Dña. Sancha, mujer piadosa, como hemos visto. Debido a los saqueos desaparecieron prácticamente en su totalidad los retablos, esculturas y pinturas del monasterio; pero se sabe que existía una estatua de alabastro de nuestra infanta arrodillada a un lado de la capilla mayor. El padre Yepes, un monje del siglo XVII, comentaba que antiguamente se hallaban escritos en muchas partes del monasterio dos versos que decían así:

“Petit, aedíficat, ditat, protegit, aperit
Santia, Bernardus per Nibardum, Alfonsus, Spinea Corona, Petrus”

Para entender el galimatías hay que hacer corresponder los nombres del segundo verso con los verbos del primero: Sancha pide; Bernardo por Nibardo (éste es el fraile que envió aquél) edifica; Alfonso (el rey, hermano de Sancha) enriquece; la corona de espinas (la reliquia) protege; San Pedro abre (tras bajar el dedo).
La infanta Dña. Sancha fundó el monasterio de La Espina y el hermano Saturnino nos lo mostró. Efectivamente, ejerciendo de guía, nuestro Hno. Saturnino recibió al grupo a la entrada y frente al claustro de la hospedería, y avanzando a través del amplísimo y larguísimo corredor de los dos claustros, el de la hospedería y el reglar (del convento), nos fue explicando los aspectos generales del monasterio y los detalles de los antiguos enterramientos o lucillos (lucillos: urna de piedra…) e inscripciones del muro que llevábamos a nuestra derecha, camino de la sala capitular.


Claustro románico
-“Las partes más antiguas que se conservan de tradición románica son, sin embargo, del siglo XIII (tardorrománicas). De este tiempo y estilo es la sala capitular que brilla con luz propia por su belleza, y también la pequeña sacristía, la pequeña dependencia que servía de biblioteca (armariolum) y la portada románica del muro septentrional del crucero. La sala capitular se aboveda con crucería apoyada en cuatro columnas exentas y en columnas adosadas a los muros. Los ventanales son muy hermosos”.
Tanto a la entrada como en el interior de ésta, la sala capitular, nos fue presentando los datos claves de tipo arquitectónico y los aspectos más llamativos de la vida monacal. No omitía anécdotas ni enunciados escatológicos, por ejemplo para explicarnos por qué el rebordillo de las paredes de la sala capitular con toda probabilidad no era usado como asiento por los monjes: “Ni en invierno ni en verano pongas sobre piedra el …”. Posó con nosotros para la foto de grupo ante la portada románica del muro septentrional del crucero y nos guió hacia la iglesia cuya monumentalidad nos impresionó verdaderamente. Se detuvo en la capilla de los Vega pues realmente es digna de admiración y ante la capilla de la Santa Espina sacó una, una espina larga y puntiaguda del bolsillo, para ayudarnos a imaginar tanto la reliquia como la naturaleza y uso de una corona de espinas, haciendo gala de lo que debe ser la anticipación del material en la clase magisterial que se va a impartir. Finalmente recorrimos las espaciosas naves hasta llegar al fondo del templo. Desde allí pudimos contemplar su amplia perspectiva hacia el cimborrio y la capilla mayor .
Como ya nos había ocurrido, aunque en menor escala, con San Cebrián y nos ocurriría con la ermita de la Anunciada y los demás monumentos, las proporciones y monumentalidad del monasterio sobrepasaban en gran manera lo que habíamos imaginado, al menos en mi caso y a la vista de las fotografías que había contemplado en internet. Su arco de entrada, datado en 1574, tiene las dimensiones y características de un arco de triunfo; los dos claustros, la fachada y torres de la iglesia y la dimensión de sus tres naves y crucero, sus bóvedas y cimborrio, y sus capillas, no desmerecen de los de una catedral .


4.


Era mediodía cuando llegamos al pie de la muralla de Urueña; pero continuamos sin detenernos, dejándola a un lado y bajando por la ladera, hacia la ermita de Santa María de la Anunciada, primer románico del siglo XII, cuya visita teníamos prevista para antes de comer, y donde ya nos esperaba el guía.



Santa María de la Anunciata, románico del siglo XII:
blanca piedra por fuera con el dorado de la claridad
exterior...

No sólo es que se encuentre “fuera del recinto amurallado”; sino bien abajo en el valle. Tampoco es una ermita de pequeñas proporciones como las que estamos acostumbrados a ver en las afueras de los pueblos; es un templo de tres naves, “levantado con gran empeño monumental”, añado yo. Como ya hemos señalado fue nuestra Dña. Sancha quien transformó el monasterio mozárabe preexistente en el bello templo actual. Dice el cartel de la entrada: “El templo es una joya del románico catalán del siglo XII, único en Castilla y León, de sillarejo, con arquillos ciegos y bandas lombardas. De tres naves sobre pilares cruciformes y bóvedas de cañón, con crucero y cimborrio que aloja cúpula sobre trompas. La cabecera se remata en tres bellos ábsides semicirculares, el central mayor”.
Si el exterior de San Cebrián de Mazote “engaña” porque no hace vislumbrar su maravilloso interior, el exterior de Santa María de la Anunciada causa admiración. Causa admiración la visión de su conjunto, como un monumento que es pura proporción y armonía de volúmenes superpuestos para manifestar verticalidad desde una base con un sosegado apeo horizontal. La piedra caliza, de un tonalidad blanca no exenta de belleza, viene tallada en pequeños cubos idénticos (“en sillarejo”), cada uno de los cuales anticipa, con su forma y tamaño, la forma y tamaño de los volúmenes que bellamente articulados constituyen el edificio en su conjunto. La admiración persiste al penetrar en su interior: blanca piedra por fuera con el dorado de la claridad exterior y blanca piedra por dentro con el pálido de la penumbra; sin más aditamentos: una maravilla.



Cúpula. Románico catalán en Urueña:
blanca piedra por dentro con el pálido de la penumbra.

Santa María de la Anunciada de Ureña es una “construcción exótica” para el territorio de Castilla y León, del primer románico, nos dice Bango Torviso . Y prosigue: “Es obra de constructores catalanes, buenos conocedores de su oficio. El que llegaran cuadrillas de canteros de Cataluña tal vez se deba a las estrechas relaciones de ciertas familias nobles castellanas, como los Ansúrez, con la nobleza catalana, o a la presencia de obispos de origen francés o catalán en la región (en esta caso en la diócesis de Palencia)”. La cuadrilla de canteros catalanes que la construyó demuestra “un lenguaje arquitectónico de calidad, donde el léxico y la sintaxis muestran dominio del estilo y su técnica”, dice Bango Torviso . Vamos, que estos canteros dominaban el estilo y cada uno de sus estilemas más pertinentes.
Pero mencionar sólo los detalles, es decir, el sillarejo, las bandas lombardas o fajas verticales y los arquillos ciegos, sin más, me temo que es quedarse en las letras sin llegar a las palabras y la frase; en los grafemas…sin llegar al significado. Los constructores, en el románico, además de levantar las paredes de forma consistente, buscaban algo más: articular los muros y paramentos, romper al mismo tiempo la monotonía, conseguir efectos lumínicos en la tosca piedra, animar un diálogo de la claridad y las sombras, expresar el ritmo del canto litúrgico. Un recurso articulatorio frecuente era el empleo de series de arquillos decorativos en la parte superior que se prolongan hasta el suelo cada cierto número (con un ritmo: de dos en dos, de tres en tres…) mediante bandas o pilastrillas.
Así la superficie del muro se ve rota por elementos en resalte, tanto horizontal como verticalmente. “En algunos casos, la búsqueda de efectos lumínicos, profundizando en unas sombras más acusadas, hace que se dispongan nichos ciegos en la parte superior de los muros”, Bango Torviso .
En fin, no se puede negar que las cuadrillas de canteros del románico hacían todo lo que podían para impresionar al personal con sus escasísimos medios. El autor citado nos da una pista para situarnos en los precedentes: “Todos estos recursos constituyen una fórmula bien conocida por la arquitectura romana”.
Según la psicología de la lectura , accedemos al texto (perdón, al monumento u obra artística) bien por la ruta directa o visual (buscando la imagen global), bien por la ruta indirecta (partiendo de los detalles). Pues bien, para contemplar la ermita de la Anunciada, podríamos acudir, ya que somos personas conciliadoras, a las dos rutas: a la ruta indirecta para contemplarla por fuera, y a la ruta directa para contemplarla por dentro. Por fuera partiríamos del análisis de los múltiples volúmenes superpuestos para llegar al equilibrado conjunto total en el que los volúmenes de abajo soportan sin quejarse la presión de los de arriba; del análisis de los arquillos, franjas lombardas y nichos ciegos que, vistos como un todo, cantan el gregoriano a coro y sin desafinar. Por dentro se impone sin duda la ruta directa o visual: a la vista le invade de forma inevitable un solo y divino espacio, un solo ámbito amparado por bóvedas de piedra incolora, finito e infinito al mismo tiempo. Ello no obsta para que reparemos también en los componentes: arcos de medio punto, bóvedas de cañón en las naves, de horno en el hemiciclo del ábside, cúpula en el cimborrio, pilastras y esbeltos nichos que dan dinamismo al paramento, cubiertas pétreas…Pero todos estos elementos se tornan invisibles ante el vigor del espacio del templo como un todo.
Nos preguntamos:
-¿Cómo se han podido articular de forma tan misteriosa esas dos superficies opuestas, convexa y cóncava, ese exterior y ese interior?
La respuesta es sólo una:
-¡Ah, la pericia de los constructores…!

5.



Murallas de Urueña


La Urueña histórica se asoma casi intacta a la modernidad desde el túnel del tiempo. La imagen del castillo que aparece en los antiguos manuales, de cuando se inventó la fotografía, no es muy diferente de la actual. Castillo y muralla presentaron durante siglos ese aspecto renegrido tan característico, como de inmensos montones de cantos rodados a punto de desmoronarse. Pero se mantuvieron en pie. Para bien o para mal cumplían una función. Hoy, con mejor aspecto, son parte esencial de la imagen vigorosa de la villa, de su legibilidad física, contiguos a enclaves y monumentos de gran interés, contemplados por gente interesante que se ha afincado en la localidad, balcones de panorámicas notables e inolvidables en una tarde nublada de abril, el día de nuestro viaje.
Me han comentado gentes de la zona que la Junta de Castilla y León se ha empleado a fondo en la rehabilitación de la villa; personajes interesantes y conocidos por sus méritos artísticos como Joaquí Díaz, Amacio Prada y Luis Delgado hace tiempo que han recalado en su recinto; se han instalado algunos talleres y estudios, museos y fundaciones, dos casas rurales, y libreros y más libreros. Como dice su Alcalde (Pérez-Minayo), Urueña encierra entre sus murallas etnografía, música, tradición, cultura editorial y nuevas iniciativas que la convierten en la primera Villa del Libro de España, sin olvidar el calor de sus gentes, el sabor de sus calles medievales y la nobleza de sus monumentos, “y con una de las mejores puestas de sol de todo Valladolid”.
Todo ello tiene un “efecto de llamada”. La verdad es que a Urueña no le falta historia y tampoco geografía pues equidista de Toro, Tordesillas, Medina de Rioseco, Benavente, Valladolid y Zamora. Gracias a la autovía próxima está bien comunicada con las largas distancias. Aparecen viajeros de paso, y entre ellos, nosotros, como visitantes encantados de la vida y dispuestos a admirar las nuevas iniciativas.
Tras comer en el corro de San Andrés Eva nos recordó el programa de la tarde. En grupos informales dedicamos el tiempo de sobremesa a pasear por la calle Real, desde la puerta de la Villa a la del Azogue. Nos asomamos a la plaza mayor, recorrimos las calles de Cuatro Esquinas, Costanilla, del Oro y el corro de Santo Domingo, todo ello sin abandonar el recinto amurallado y localizando cada una de las numerosas librerías, Alcaraván, Alcuino Caligrafía, etc. Cuando se acercó la hora de la cita con el guía oficial retornamos a la plaza mayor.


El guía a la intemperie; nosotros,
bajo paraguas.



Con el guía nos asomamos al valle de la ermita por la puerta de la Villa, que da al sur, al abrigo de la inmensa muralla que, no obstante, no pudo ampararnos de la llovizna que caía en aquellos momentos. El campo estaba todo verde, como corresponde a una tierra de cereales en el mes de abril.
La prehistoria de estos enclaves nos traslada hasta los primeros asentamientos vacceos (“ur” significa agua; “onna”, fuente o arroyo). En la ladera del cerro existe desde la antigüedad un manantial de aguas limpias del que se fue surtiendo la población a lo largo de los siglos. El guía que nos acompañaba nos recordó, ante dicha ladera, el enorme trabajo que supuso durante generaciones y generaciones, hasta los años 50 del siglo XX, el acarreo del agua, cuesta arriba, desde el manantial hasta las casas. “Ur”, agua, más que un artículo del que presumir, debió ser siempre un gran problema para los de aquí.
Volvimos sobre nuestros pasos y por el corro de Santo Domingo llegamos frente al castillo y el “lavajo”. El “lavajo” -charca de agua de lluvia que raramente se seca, según el diccionario- ha sido ahora recuperado al pie de la muralla de forma simbólica y aséptica. Antiguamente más que una solución tal vez fue una fuente de problemas añadidos de insalubridad. Hoy aparece como el símbolo de un oasis en lo alto de la paramera.
Por la calle real y dejando a nuestra izquierda la Casona (edificio en el que Joaquín Díaz “ha sentado sus reales”) llegamos a Sta. María del Azogue (situada junto a la otra puerta de la muralla, al norte) en cuyo interior penetramos. Tiene ábside gótico y una nave renacentista. “Se aprecia una reforma barroca incompleta”, tan incompleta que contribuye a un conjunto que me pareció muy despropocionado. Si su cuadrilla de constructores tenía un plan, no lo pudo llevar a cabo. Da la impresión de un inmenso almacén, con dos inmensos arcos de medio punto en piedra que en sí son admirables, pero a los que les falta un conjunto adecuado: ¿Dónde están las naves y bóvedas de estos arcos? En lo alto del coro y camino del campanario aparecía una escalera de madera obscura que me recordaba la del “Edificio”- biblioteca del Nombre de la Rosa (novela y film), levantada en el vacío, con un aspecto tan precario que daba vértigo sólo pensar en trepar por ella.
Visitamos el interesante museo de instrumentos musicales de Luis Delgado con el oportuno asesoramiento de su amable guía; pero pendientes del reloj, algunos nos escabullimos para vivir los momentos más esperados del viaje: el paseo por el adarve de la muralla para contemplar a media tarde la inmensidad de la Tierra de Campos, “con una de las mejores puestas de sol de todo Valladolid”, como ya sabemos que dice su alcalde.

Tierra de Campos desde Urueña.

El panorama era espléndido: la llanura, los campos verdes, el sol intentando penetrar entre las nubes, el juego de la claridad y las sombras sobre los sembrados. La línea del horizonte se perdía en la inmensidad de la Tierra de Campos. A los pies de la muralla, extramuros, hay un sendero que se advierte muy frecuentado. Durante siglos los campesinos y lo señores de rango lo habrán paseado en el buen tiempo para contemplar atardeceres similares al que nostros estábamos contemplando, mientras sus mujeres y criadas subían la cuesta con los calderos de agua. Ante estas puestas de sol en el siglo XII, la Reina Urraca y su hija mayor Dña. Sancha darían vueltas a los asuntos de estado en un reinado que fue tormentoso pues a la Reina Urraca no se lo pusieron nada fácil, sobre todo los gallegos del conde de Traba y del Arzobispo Gelmírez. Aquí Urraca confiaría a Sancha los secretos de su segundo matrimonio con Alfonso I de Aragón, que desde el principio fue también tormentoso y que acabó al primer año como el rosario de la aurora. Puede que aquí Dña. Sancha, que contaba entonces con 19 años, tomara la poco frecuente decisión de no casarse. (Recordemos que nuestra infanta ni se casó ni se metió a monja; que fue soltera y orientadora). Por este mismo adarve ya en el siglo XIV pasearía al atardecer Pedro I el Cruel, no con su esposa Blanca de Borbón a la que dejó plantada a los tres días de casados; sino con su amor permanente, María de Padilla, “muy fermosa, e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo” según la Chrónica de la época. Según mis cálculos se debieron conocer cuando eran unos mozuelos de 17 años. La enigmática psicología de Pedro debió ser un caso aparte. Ella, a quien Pedro mantenía en Urueña medio secuestrada, procedía de la merindad de Castrojeriz y al morir fue enterrada en las Clarisas de Astudillo, antes de ser incinerada en la Catedral de Sevilla donde ahora descansan ambos amantes.

6.

Virila, monje en el monasterio de Leire que vivió entre los años 870 y 950, tiene en Urueña un hermoso bajorrelieve. Schiacciato, dicen los italianos desde Donatello. Exactamente, en el corro de San Andrés. Aparece soñando ante un libro y así se desvela el misterio: A Virila se le pasó el tiempo en un instante, nada menos que 300 años, porque estaba leyendo y escuchando música frente a la ventana del jardín (cantaba un jilguero) –tres placeres delicados. Por eso aquí, en la ciudad de los libros, tiene su icono.
Muy cerca está la librería Alcaraván que regenta Jesús desde hace 17 años. Fue el primero en instalarse en Urueña. Ahora que Urueña es Villa del libro desde hace dos años resulta evidente que Jesús cuando llegó, como los monjes cordobeses de San Cebrián y la cuadrilla de canteros catalanes de La Anunciada, tenía un plan.



Fray Virila
Todo empezó en Gales en 1961, según podemos leer en internet. Richard Booth, un joven de 23 años, recién licenciado en Historia en Oxford, compró las ruinas de un castillo para crear una librería, en Hay-on-Wye, apacible localidad a orillas del río Wye. Cuando comenzó a convertir las casas abandonadas en librerías, los vecinos predijeron que no duraría ni tres meses: -“Nadie lee libros en Hay”. Fue un éxito (37 librerías en un pueblo que no llega a 2.000 habitantes). Hoy hay en Europa 22 villas del libro; y también en Japón, Canadá, EE.UU., Malasia, etc.etc.
Si Virila tiene un “schiacciato” en el corro de San Andrés, Alcuino tiene una librería/taller en la calle Nueva, “Alcuino Caligrafía”.
Alcuino de York vivió casi un siglo antes que Virila, aunque parezca mentira, exactamente entre los años 735 y 804. Con ellos retrocedemos tal cantidad de siglos en el friso de la historia que los tiempos de Dña. Sancha se nos aproximan a la semana pasada. Pero en la Villa del Libro si uno representa la lectura el otro representa la escritura. Alcuino, erudito y pedagogo anglosajón, fundó la Academia Palatina e inició la recuperación y preservación de los textos antiguos en la corte de Aquisgrán, previo un encuentro con el emperador Carlomagno en 781 (coincidieron ambos en Parma con ocasión de un viaje). Escribió diversos tratados, uno, “De Orthografía” y, sobre todo, dirigió la copia y caligrafiado de los textos antiguos. De ahí que se le haya asociado a la caligrafía a través de los siglos. Hoy tal vez hubiera fundado un taller de escritura para ese fin. Además son famosas sus cartas, algunas dirigidas al emperador para “cantarle las cuarenta”. Se conservan más de dos centenares y son valiosas fuentes de información sobre la vida en aquel tiempo.


Puerta al campo
Paradojas de la historia: las cartas de Dña. Sancha, escritas cuatro siglos después que las de Alcuino, no se conservan. No obstante y aunque la relevancia cultural de ambos no sea comparable, y cometiendo la osadía de saltarnos cuatro siglos “así como así”, recordemos, por el afecto que ya le hemos tomado, que también ella, a imitación de Alcuino, fue consejera de reyes y pedagoga (“tenía grande e saludable sentido del consejo”), y amante de los viajes y del intercambio epistolar.
“Alcuino caligrafía”, “Alcuino scriptorium” en Urueña nos ofrecen los recursos del noble arte de los “pendolistas” . Pergaminos de Pérgamo, papiros de Egipto y Etiopía, plumas de ave, cálamos de bambú, tintas de variados colores, pinceles de borde ancho, finas acuarelas… Escritura gótica, caligrafía carolingia, caligrafía antigua, escritura mayúscula romana y otras “fuentes”… (No mencionan la humilde caligrafía americana. No será porque le dedicáramos pocas horas de práctica en el colegio: -“Ahora toca media hora de caligrafía americana”). Cuadernos para la educación del gesto gráfico; de tratamiento de grafías y disgrafías. En fin, escritura como caligrafía y como composición de textos. Taller de escritura…

7.

Dejamos la Villa del libro con un buen par de alforjas para el viaje en general: La lectura y la escritura. Hay quien sostiene que ambas actividades son complementarias y que leer nos lleva, debe llevarnos, a escribir. Leer es descifrar y escribir es expresar: la comunicación es ese viaje de ida y vuelta. Claro que si “leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer”, escribir letras en una página no será más que una de las muchas maneras de escribir… Escribe el que dibuja, el que toca un instrumento musical, escribe el labrador cuando ara, escribimos con nuestros pies sobre la nieve …
No obstante, si bien disponemos del hábito de la lectura, el de la escritura, el de la escritura convencional de Alcuino, se nos resiste un poco; como el de hacer gimnasia por las mañanas.
En nuestro descargo es preciso decir que si bien la informática nos resuelve los pequeños problemas de escritura, el plantear la escritura en todo su alcance, por ejemplo tal como la modelan Flower y Hayes , y mantener todas esas pelotas en el aire como hace el malabarista, es otro cantar. Tener delante los materiales esparcidos por el suelo no es suficiente; como los monjes cordobeses y los canteros catalanes necesitamos un plan. De no ser así el texto resultará algo caótico.
Afirma Cervantes en El amante liberal: -“Lo que se sabe sentir se sabe decir” . La frase me deja pensativo pues tal vez apunta al nudo de la cuestión. Según esto, la escritura no tendría por qué ser complicada: lo que se sabe sentir se sabe decir.
Vamos ya de vuelta hacia Madrid. Instalados cómodamente en el autocar, suena una música tibetana a cargo de los instrumentos más exóticos que acabamos de ver en el museo. El sol sale donde y cuando las nubes le dejan. Mi compañera de asiento, Antonia, me señala el arco iris que se levanta a nuestra izquierda entre las nubes y sobre los sembrados que verdean en la meseta castellana. Intentamos sacarle una foto con la cámara digital; pero no hay manera. El arco iris es poco intenso y la cámara no lo capta.
Leemos en voz alta un texto del ya citado Alberto Manguel, en Una historia de la lectura: “Con un brazo caído…”. El bello texto lleva por título: “Comunidad de lectores: el lector no está solo…”
Vuelve la música. Repasamos los prospectos informativos que hemos recogido en las paradas y acuden a nuestra mente las explicaciones de los guías, los personajes por ellos evocados: nombres sonoros de personajes históricos, nombres de personajes actuales…
Antes de salir de “Alcaraván” he preguntado a Jesús, el librero, por un libro que viene reseñado en la última revista de Muface. El título es “Anochece y aún no he leído todos los libros”. No he podido verlo; pero a falta de más información bien se puede decir que el título es un libro en sí. El autor lo presenta con las palabras de Montaigne: “Los libros son la mejores provisiones que he encontrado para este viaje de la vida”.
Por lo que se ve, aquí todos vamos de viaje. No sé si con tan buena organización como la de éste que ahora termina.
En fin, hemos llegado a la parada final y toca despedirse:
-Anochece y aún no hemos leído todos los libros; anochece y aún no hemos escrito todo lo que sabemos sentir y sabemos decir.

Francisco Alonso Crespo
Tres Cantos, Primavera de 2009.

Capitel romano en la basílica mozárabe

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